La larga lucha obrera en Rigolleau

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(Por Alberto Moya) La explotación empresaria y la consecuente resistencia obrera, antesala de las desapariciones, no nacieron en los ‘70; se remontan a los orígenes de la Cristalería que gustó en considerarse la mayor de Latinoamérica. Sus rastros desde 1913 pueden bucearse en los estudios históricos de Nicolás Avendaño que algunas ponencias reprodujeron.
La tensión se acentuó en la penúltima dictadura, cuando el presidente del Directorio, Emilio van Peborgh –un oficial de la RAF que peleó como voluntario para la corona británica– fue ministro de Defensa del general Juan C. Onganía. A la represión que impuso aquel poder económico con esta ayuda militar, los obreros evaluaron cómo responder. Devolver la violencia no era todavía una opción mayoritaria.
A dos años del Cordobazo (1969) y uno del Aramburazo (1970), luego del día de los trabajadores de 1971, fueron cesanteados 300 compañeros. A la par que aumentaban las penurias, se caldeaban los ánimos que llevaron a algunos a enrolarse en las guerrillas hasta desembocar en la democracia de 1973.
Su primera manifestación en la fábrica fue el 18 de septiembre: “Continúa la lucha contra la oligarquía. ERP”, pintaron.
Al año siguiente, el diario del PRT publicó datos que ubicaban a la empresa entre las seis más ricas; riqueza que no se derramaba. A eso sumaban el “verdugueo” patronal, argumento de quienes tirotearon al director de Personal, Rodolfo Sánchez Moreno, el 11 de febrero de 1974.
Poco después, fue despedido Néstor Echeverría, “él luchó contra los descuentos –dijo Luis Angelini al diario El Mundo–. La empresa adujo inasistencias pero eran debidas a un percance que puso en peligro el embarazo de su mujer. Rigolleau pretende que los obreros dejemos morir a nuestras familias con tal de explotarnos”.
Si bien fue reincorporado, esos reclamos no nacían en el Sindicato. Su titular, Maximiano Castillo, venía de ser presidente de la asamblea de la OIT en 1961, había sido dos veces diputado y, en 1972, viajó en representación de la CGT en el chárter con JD Perón, una trayectoria de encumbramiento que corrió paralela a la del gringo presidente del Directorio que llegó a ministro de la dictadura. Una coincidencia muy llamativa para ser casual.

Emilio van Peborgh (nacido en 1926), presidió IDEA.

Maximiano Castillo (nacido en 1926), titular del SOIVA
1975: La Naranja
Independientes, socialistas democráticos, peronistas, radicales o trotskistas formaron la lista Naranja: “Por mejoras en salubridad, salarios y participación para tener delegados por sección”.
El 13 de enero, obtuvo más del 75% de los votos entre 2170 obreros de 44 secciones. La Comisión Interna (CI) asumió con Ignacio Pérez y Carlos Vidal, más Luis Alberto Angelini, Juan Carlos Flaco Lamas, Hugo Avila; Rodolfo Fito Ozzan y Carlos Glerean.
Nacho Pérez adelantó: “Una CI de siete no alcanza. Lo óptimo sería un delegado por sección. Necesitamos 44 colaboradores”.
Entre ellos, algunos optarían por la violencia.
La toma
El 5 de marzo, el joven Nicolás Marino firmó la intervención a la CI de delegados que no le respondía. Debió refugiarse en el Sindicato del que era secretario con veinte matones armados mientras el ERP le pintaba “Marino traidor” y amenazaba a los “enemigos de la clase obrera”, el grupo Corning Glass.
Una asamblea en la fábrica votó ir a la huelga.
El jueves 6, cuando Marino se presentó con la ultraderecha de CNU a levantar el paro, le tiraron botellas. Los obreros armaron grupos de autodefensa; se turnaron para trepar a los galpones; con una goma, Manuel Coley Robles golpeaba tanques vacíos; otros le daban a una campana o giraban una gran matraca, sin abandonar el puesto de trabajo.
Sus rostros fueron fotografiados delante de un mural: “Con o sin sangre, la oligarquía morirá”. Colgaron un muñeco con un cartel en la espalda que decía “Marino” y, a la altura del corazón dibujado, “patronal”.
Aunque la Naranja negó tener relación con la guerrilla, la toma continuó con el apoyo en pancartas de Montoneros, Juventud Socialista, PST, JTP, Vanguardia Comunista y una muy larga del ERP pintada por el obrero Roberto Olano, de Sourigues. Las orgas incendiaron una estiva.
El lunes, en el Concejo Deliberante, el presidente Agustín Murúa los sorprendió:
–Yo estoy con la lucha obrera. San Martín y Rosas defendieron con honor nuestra patria como hoy lo hacen los Montoneros y el ERP.
Para el martes, en la puerta de la fábrica, Alcira Juárez con los hijos de Coley Robles se mezclaban junto a la Asociación de Educadores y a Vanguardia Comunista (VC), referentes del uruguayo Collazo. Algunos subían a pintar trenes que adherían con sus silbatos. Marcharon por el centro a pesar de la Brigada Antiguerrilla que atropellaba con sus motos a todos, fueran o no vidrieros.
La CI fue recibida por Castillo, que “no se había enterado” del conflicto. Consiguieron que se suspendiera la intervención; que le pagaran los días y que la CI participara en la discusión del Convenio.
Era inédito que ganaran los de abajo.
La revancha
Al mes siguiente, Rigolleau hizo salir a Néstor Echeverría y a Nelson Collazo. Fueron secuestrados. El consiguiente paro sirvió para que la CI lograra ver al uruguayo, torturado, con una costilla rota, encadenado en una celda de chapa tipo cucha. Por “falta de mérito” sería liberado el 5 de mayo, pero dos noches después fue llevado otra vez.
Hubo entonces un par de atentados contra directivos, en mayo y julio, antes y después del Rodrigazo, contra el que todos marcharon en 300 colectivos con la Coordinadora de gremios y banderas que pedían “paritarias”.
Después de ese golpe económico, quienes creían en la violencia se radicalizaron más. Fue el caso de operarios como Hugo Gustavo Mogensen, quien cayó en un tiroteo de siete horas en Varela el 12 de septiembre, tras lo cual, la Policía dio con la casa otro obrero, Luis Menéndez, cuya esposa fue detenida. Junto con Olano –quien renunció–, habrían de ir a la toma de Monte Chingolo. Menéndez (27 años) recibió un tiro en la nuca, mientras manejaba una Ford en la que huía. Roberto Marcial Olano dejó de ser visto en febrero del ‘76.
La reacción también fue contra quienes daban apoyo no violento a las huelgas, como los de VC, Ana Estevao (22 años) y Raúl Kossoy (29) quienes desaparecieron el 20 de octubre de 1975. Su Fiat fue hallado quemado entre Monte Grande y San Vicente; los cuerpos, en una zanja. El compañero Collazo, luego del Golpe, aceptará la opción a salir del país.
Otros 217 perdieron el empleo el 20 de marzo de 1976, por lo que la Naranja tomó la fábrica. Filmaron la toma, con olla popular, en medio de un ánimo entre festivo y temeroso. Se venía.
Sus trabajadores, después del Golpe
El 24 de marzo, en los alrededores, tiraron gases contra los civiles. A un comerciante de Lisando de la Torre y 16, lo sacaron de un bar para llevarlo preso. Arrastraron a cualquiera tomados de los pelos. Los uniformados entraron a apalear a los trabajadores; a todos; ante la vista de un directivo que, desde uno de los puentes, cantaba el himno nacional.
Desde entonces, el horror se incrementó. Una noche, el director Octavio Lucarelli fue informado del hallazgo de un auto con cadáveres, le llamó la atención el de una mujer en camisón.
El 10 de mayo, la guerrilla mató al directivo Manuel Fidalgo, frente a la estación.
Zulma Rosario Atayde volanteaba para el ERP cuando fue baleada desde el techo y rematada en el piso por un policía local. La vio Guillermo Alvarez, de la Naranja, quien el 23 de junio al llegar a su casa, fue secuestrado, torturado durante tres días y desaparecido seis meses.
El 27 de octubre, en la noche y por la ventana, entraron a la casa de Manuel Coley Robles mientras cenaba con Alcira; encerraron a los hijos y tiraron la comida de la mesa para atarle las manos con el mantel.

Angelini fue retratado en una larga nota de la revista Sudestada
En 1977 fueron contra un miembro del ERP y dos colaboradores.
En abril, Ricardo Cenzabelo (22 años, estudiante de teatro, quien repartía revistas y panfletos), fue llevado de su casa. El 3 de ese mes, la empresa hizo salir a Alfredo Valcarce Soto para que fuera secuestrado. Su cuñado, el ‘gordoLuis Alberto Angelini, abandonó el empleo pero fue hallado el 17 de mayo en Banfield. Ninguno de los tres reapareció.
Por levantar un volante del piso, a la salida de la Cristalería, Alberto Cavalié, Barrientos y Colman fueron llevados a la Comisaría. Padecieron tortura y hambre casi todo diciembre hasta que fueron liberados en el Parque Pereyra. Al volver, la fábrica no les preguntó los motivos de la ausencia.
En febrero de 1978, fue visto por última vez Carlos Horacio Gushiken (22 años). Murió acribillado, según constatará el Equipo de Antropología Forense. No sabemos que hubiera estado encuadrado en alguna militancia. Sus captores no fueron capaces de dejar ni una acusación formal, lo que sugiere que tal vez no tenían de qué acusarlo.
Salvo, como evalúa Guillermo Alvarez, que haya sido “por estar contra el sistema”.
Lo real es que, aniquilada la resistencia obrera, violenta o no, los trabajadores perdieron el poder adquisitivo de sus sueldos, cada vez más.
Con la dictadura, ganó la patronal
Por eso los organismos de derechos humanos recordamos a aquellas víctimas, porque no sólo se les violó el derecho a la vida y a la integridad física, sino también al de un salario justo y lo que conlleva: el derecho a la alimentación, la salud, la vivienda y todo lo que se sostiene con un salario. Los recordamos en las baldosas que colocamos en una esquina de Rigolleau.
(Este texto integró el boletín del Encuentro por la Memoria, Verdad y Justicia de Berazategui, que se repartió en el acto de reposición de baldosas en recuerdo a los obreros víctimas de la represión).

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