Fidel Castro estuvo en cuatro oportunidades en la Argentina, con 47 años entre el primer viaje y el último, nunca como visita de Estado, aunque probablemente sus dos estadas más recordadas sean las de 1959 y la de 2003, cuando acompañó la asunción de Néstor Kirchner.
Las visitas son jalones de una estrecha relación que Castro entabló con la Argentina, seguramente alimentada por los lazos que lo unieron a Ernesto Guevara, y que le permitieron sortear las diferencias que eventualmente tuvo con sucesivos gobiernos.
Capítulo aparte merece la relación del ex mandatario con Diego Maradona, aunque en este caso fue el astro del fútbol mundial el que lo visitó en varias ocasiones en Cuba.
La primera visita de Castro podría, casi, considerarse la de un “extraño”: fue apenas cuatro meses después del triunfo de la revolución, Cuba era parte de la OEA, la administración de la isla no se había declarado socialista y su figura era hasta simpática para sectores que años después lo aborrecieron.
El 1 de mayo de 1959 Castro pisó Buenos Aires, y al día siguiente habló durante 90 minutos ante la Comisión de los 21 de la OEA, en el noveno piso de la Secretaría de Industria. En ese encuentro nacería el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Vestido de un verde militar que chocaba con el azul mayoritario de los trajes de cancilleres y delegados, Castro se permitió una mezcla de ironía y ambigüedad: “Si nosotros estamos sinceramente preocupados de que nuestros países vayan a caer en una dictadura de izquierda, justo y honrado es que mostremos igual preocupación por que los pueblos no caigan en manos de dictadores de derecha”.
En ese discurso elogió a la democracia estadounidense y destacó especialmente que Estados Unidos había recibido a miles de latinoamericanos emigrados que buscaban mejores destinos. Pero después lanzó un pedido de ayuda económica para salir de la inestabilidad política, que ligó a la falta de desarrollo.
Y le puso números al pedido: que Washington le prestara a América latina 30.000 millones de dólares, a diez años.
Presidía la Argentina Arturo Frondizi, y Castro -alojado en el Alvear Palce Hotel- debió responder en una conferencia de prensa varias veces las consulta sobre si había comunistas “infiltrados” en su administración.
Pasarían 36 años hasta la segunda visita de un Castro ahora sí ya mítico. Fue en octubre de 1995, cuando llegó a Bariloche para participar de la quinta Cumbre Iberoamericana, que congregó a una treintena de mandatarios.
Castro fue alojado, por razones de seguridad, en el hotel Llao Llao. Se reunió ahí con el entonces presidente Carlos Menem, quien varias veces se declaró amigo de él y se jactó de intercambiar habanos por vino riojano, aun cuando los separaba un abismo en política.
Allí los mandatarios tuvieron el siguiente diálogo. “Es muy difícil, casi imposible que pierdas una elección”, argumentó Menem para convencer a Castro de la conveniencia de llamar a elecciones en Cuba. “Pero Chico, ¿quién te ha dicho a ti que yo necesito votos?”, replicó el comandante.
Puede que el tercer viaje de Castro a la Argentina sea el más recordado, porque fue la primera vez que venía a la asunción de un mandatario local y porque hizo su primer discurso ante una multitud.
Fue en 2003, para la jura de Kirchner, pero antes la relación con el país tuvo algunos altibajos, a partir de la decisión de Buenos Aires de votar contra la isla en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra.
Fue Menem el que inauguró ese voto -en sintonía con las “relaciones carnales” con Estados Unidos-, que luego continuó la administración de Fernando de la Rúa y discontinuó Eduardo Duhalde.
El 26 de mayo, el día siguiente de la asunción de Kirchner, fue muy activo. Primero fue a la Plaza San Martín para homenajear al Libertador, después a El Rosedal, para hacer lo mismo con José Martí y más tarde almorzó con unos 200 invitados en el hotel Four Seasons. El mejor momento, con todo, lo viviría a la noche.
Invitado a cerrar un encuentro de estudiantes en la Facultad de Derecho, pensado inicialmente en un auditorio para 800 personas, el acto debió trasladarse a las afueras, donde se concentraban unos 30.000 asistentes, que llegaron a ser 50.000 después.
“Ha tomado fuerza esa frase: un mundo mejor es posible; pero cuando se haya alcanzado un mundo mejor, que es posible, tenemos que seguir repitiendo: un mundo mejor es posible”, sostuvo Castro entonces.
La última visita es recordada también porque fue la última actividad internacional del comandante. En julio de 2006 llegó a Córdoba para la Cumbre del Mercosur.
Además de los actos protocolares, Castro y el entonces presidente venezolano, Hugo Chávez, hablaron ante unas 40.000 personas en el cierre de la llamada Cumbre de los Pueblos, en un descampado de la Universidad de Córdoba.
Al otro día, también acompañado por Chávez, visitó en Alta Gracia -a casi 40 kilómetros de la capital cordobesa- el museo montado en la que fue la casa de la infancia de Ernesto Guevara. Llegaron ambos en un Mercedes Benz negro traído desde Cuba. “Este es un templo de la revolución”, dijo Chávez en el lugar. Esa misma noche, Castro regresó a La Habana. Ya no volvería a dejar la isla.
Cuatro visitas a la Argentina y una relación marcada por su vínculo con Guevara y Maradona
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