«A mi hijo de un año le pusieron el arma en la cabeza», dijo Horacio Monzón
Horacio Monzón habla pausado, pero habla. Hubo un tiempo en que lo ganó el silencio. Y lo que dice es importante para el juicio que se lleva adelante a represores por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura cívico militar en el marco del circuito de centros clandestinos de nuestra zona sur del conurbano bonaerense, como son el pozo de Quilmes, de Banfield y “El Infierno” de Avellaneda.
En ese marco, el 22 de septiembre pasado, tal como informó este medio, se produjo un hecho histórico en la Dirección de Derechos Humanos de la municipalidad de Florencio Varela. Desde la Casita de DDHH se trasmitió la declaratoria de Horacio Monzón ante el Juzgado en lo Criminal y Correccional Nº 3 de forma virtual. Derechos Humanos puso a disposición la conectividad (audiencia remota) y la logística para que pudiera declarar en el juicio referido a su secuestro seguido de tortura en el Pozo de Quilmes
Monzón es obrero, periodista y escritor muy reconocido en Florencio Varela y en una entrevista con Mestiza, la Radio de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, narró cómo fue su secuestro y tortura en el Pozo de Quilmes, hoy sitio de la Memoria y hasta hace poca sede de la Brigada de Investigaciones de la Policía Bonaerense.
Monzón era militante de la Juventud Obrero Peronista, vivía muy cerca de la Parroquia del Perpetuo Socorro y tenía 29 años cuando el 19 de octubre 1976 llegó una patota a su casa. Estaban vestidos de civil y eran las 3 de la mañana. Al grito de “entrégate bigote”, el seudónimo que usaba, entró a su casa.
El testigo relató además del secuestro y las torturas infligidas a su familia, con golpes a su esposa y el momento más aterrador que todavía recuerda con dramatismo: los que mandaban en la patota le pusieron el arma en la cabeza a su hijo de 1 año. Amenazaron con matarlo si no les daba las armas. Pero en su casa no había armas. Solo pudieron encontrar una revista de Evita Montonera. Y se lo llevaron.
Monzón formaba parte de los trabajadores metalúrgicos, él lo hacía en Adabor. Lo subieron en el auto con la capucha y en el camino lo golpeaban. Pese al terror pudo reconocer el recorrido. Todavía se acuerda de las vías “Era un cruce de vías ancho”, dijo para dar cuenta de la zona de Quilmes por donde lo llevaron. Cuando lo pusieron en el calabozo se encontró con una pareja, a la que se la llevaron a las horas y nunca más los vio. Por una hendija de la celda pudo reconocer las casas de enfrente que tenía tejas. Era el Pozo de Quilmes.
Después de la cruenta de la tortura, lo tiran en una celda con otros “compañeros” que según recuerda estaban casi “apilados” porque no había lugar. Allí reconoce a Willy, uno de sus compañeros.
Willy es Guillermo Alamprese “quien me dio la vida por segunda vez” dice Monzón y se emociona. Alamprese se encuentra desaparecido y bajo tortura declaró que Monzón era un “perejil”. “Te vas a salvar”, le dijo antes de que se lo llevaran para desaparecerlo junto a los 30 mil compañeros detenidos desaparecidos. Después de una noche de aquella charla, a “bigote” lo sueltan.
La patota lo bajó a Monzón por las escaleras y desde el garaje de la brigada hace el recorrido contrario al que había hecho cuando lo llevaron. Lo bajan en donde hoy está el Hospital El Cruce que en aquel entonces era un enorme predio descampado. “Corré o sos boleta”, le dijeron. “No sé que hice, si corrí o troté, no podía moverme mucho, todavía recuerdo que tenía los testículos inflamados de la tortura, no me podía mover”. Monzón esperaba tiros por la espalda, que nunca llegaron.