Los cuerpos de Cristina Iglesias y su hija Ada, de sólo 7, fueron hallados sin vida en la localidad bonaerense de Monte Chingolo, partido de Lanús.
Abel Romero, novio de Iglesias, había sido detenido en Rafael Calzada como principal sospechoso luego que la policía quiso identificarlo mientras caminaba por la calle e incumplía la cuarentena.
El sospechoso había dicho que a su pareja y a la pequeña la había matado una banda que quiso «mexicanearle» la plata de la droga. Esas fueron sus primeras palabras cuando lo atraparon agentes de la policía bonaerense.
Según el sujeto, «A la pequeña Ada, hija de Cristina, la asesinaron para no dejar testigos», insistió el acusado, que lo único que reconoció inicialmente fue haber «entregado» a su novia y haber limpiado la escena del doble crimen.
«Viri», el supuesto líder del grupo que apuñaló a la mamá y a la hija en Monte Chingolo tenía una denuncia por abuso sexual contra otra persona, pero hacía mucho tiempo que vivía en Entre Ríos
El fiscal Jorge Grieco no creyó en su relato y los investigadores policiales lo suponían por el nerviosismo que mostraba Romero al hablar, aunque necesitaban una prueba fuerte que lo incriminara y eso se logró gracias a Bruno, el perro especialista de los Bomberos de Escobar, quienes lo entrenaron para encontrar cuerpos y rastros. Al principio, seis canes revisaron cada rincón de la casa de Cristina, pero no marcaron ningún sector.
Pero, por sugerencia de la Bonaerense y aprobación del fiscal, los bomberos de Escobar enviaron al animal hasta Monte Chingolo para continuar la búsqueda de la mamá e hija en la fábrica de al lado.
«Bruno es el mismo perro que encontró el cuerpo de Anahí Benítez en la reserva de Santa Catalina de Llavallol», recordó un alto mando policial de Lomas de Zamora que ahora buscaba a Cristina y Ada.
Y el animal no los desfraudó y marcó la pared que separa la fábrica de la casa de Cristina. En consecuencia, el fiscal ordenó revisar de nuevo el hogar de las mujeres hasta entonces desaparecidas.
Los oficiales de la Policía Científica excavaron en el patio de la casa: primero encontraron el cuerpo de Cristina, luego el de Ada. Pero hicieron algo más: cortaron un pedazo del acolchado de la pequeña.
Con ese trozo preservado, un policía bonaerense fue con el perro entrenado hasta la comisaría donde estaba detenido Romero. El perro olió el pedazo de acolchado, recorrió la dependencia y se paró delante de la última persona que, según su olfato, había tenido contacto con Ada antes de morir. Había varios presos, pero le ladró a uno solo: el novio de Cristina. «El perro te marcó», le advirtió el policía y ese mismo momento, Romero decidió confesarlo todo.