Así se vende droga en Florencio Varela

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En Florencio Varela, a pocas cuadras de Villa Vatteone, la droga se vende como si nada. En la esquina de San Nicolás y Avenida Hudson, los vecinos vieron durante meses una rutina que parecía cotidiana: motos que frenaban un instante, manos que se cruzaban, y jóvenes que desaparecían por pasillos oscuros. Los vieron todos menos la policía y las autoridades del área de seguridad de la Municipalidad. ¿O se hicieron los distraídos?

Ese mismo punto fue mencionado por Celeste Magalí González Guerrero, una de las detenidas por el triple narcofemicidio de Chañar 702 del barrio Mayol. En su declaración ante la fiscalía de La Matanza, la joven relató con precisión cómo funciona la venta de drogas al menudeo en Florencio Varela, y quiénes son los nombres detrás de ese entramado.

“Abuelo, papá, tíos y pequeños”

Según su testimonio, la organización narco seguía una lógica piramidal.

Primero está el abuelo, que es el que la produce; después el papá, que baja la droga en toneladas; los tíos son los distribuidores y los pequeños, como Julio, los que manejan kilos.

En esa cadena, ella y su pareja —Miguel Villanueva— estaban abajo del todo. “Yo solo era la que vendía en la esquina”, dijo ante el fiscal. Pero en su relato asoma algo más profundo: una red con base en Varela, conexiones en Pompeya y José C. Paz, y una estructura dominada por varones que usan a las mujeres como engranaje descartable.

Los nombres se repiten en clave: “Pequeño J” (Julio), “Nero”, “Rulos”, “Paco”, “El Duro”, “Lima”. Todos, según Guerrero, de nacionalidad peruana, con diferentes roles dentro de la banda. Y un detalle inquietante: se comunicaban por grupos de WhatsApp, uno de ellos llamado “Pizzería Los Pulpos”, donde coordinaban los turnos de venta, entregas y traslados de mercadería.

“Pizzería Los Pulpos”: el delivery del narco

La aplicación funcionaba como una central de pedidos:

  • Los compradores escribían para “encargar” la dosis.
  • Los vendedores marcaban “activo” en el estado para avisar que estaban en la esquina.
  • Los “mulos”, chicos de 15 a 18 años, hacían los repartos.

En los barrios de Hudson, San Eduardo y Zeballos, los mensajes circulaban por los mismos grupos que antes se usaban para organizar partidos o rifas. Solo que ahora, el emoji del pulpo reemplazaba a las siglas de un búnker.

Un negocio sin estadísticas

Aunque el expediente judicial exhibe con crudeza la magnitud del circuito narco, ni la Policía Bonaerense ni la Municipalidad de Florencio Varela publican estadísticas oficiales sobre secuestros, allanamientos o causas vinculadas a drogas.

En los últimos años, el tema quedó silenciado entre declaraciones políticas, competencias jurisdiccionales y una realidad incómoda: el narcomenudeo está presente en casi todos los barrios varelenses, desde Ingeniero Allan hasta Bosques, sin datos públicos que lo dimensionen.

Los vecinos lo saben, lo ven, lo esquivan. Y mientras tanto, las calles siguen marcadas por la economía paralela del miedo.

Las mujeres, las más expuestas

El relato de Guerrero no solo desnuda una red, sino también un patrón: las mujeres como mano de obra barata del narco, las que venden, cuidan o encubren, y terminan siendo las primeras en caer.
Ella lo resumió sin saberlo:

Yo solo vendía en la esquina.”

Pero esa esquina —la de San Nicolás y Hudson— es hoy el epicentro de una trama que mezcla violencia de género, droga y poder, donde la muerte de tres chicas fue apenas el síntoma más visible del horror.

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