Murió el último condenado por la desaparición de Miguel Bru: Justo López falleció en el Hospital Mi Pueblo sin revelar dónde está el cuerpo

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El expolicía de 71 años cumplía prisión perpetua en la Unidad 24 de Florencio Varela por el secuestro, torturas y desaparición del estudiante de Periodismo en 1993. Se llevó a la tumba el secreto que Rosa Bru buscó durante 32 años: dónde enterraron a su hijo. El caso que marcó un antes y un después en la lucha contra la impunidad policial.

FLORENCIO VARELA / LA PLATA – Justo José López murió este lunes a las 15 horas en el Hospital Mi Pueblo de Florencio Varela. Tenía 71 años, diabetes, disfagia y un secreto que se llevó a la tumba: dónde está enterrado el cuerpo de Miguel Bru, el joven estudiante de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata que desapareció el 17 de agosto de 1993 después de ser torturado hasta la muerte dentro de la comisaría Novena de La Plata.

López era el último detenido que quedaba con condena firme por ese crimen que sacudió a la sociedad argentina y se convirtió en símbolo de la lucha contra la violencia institucional y la impunidad policial. Cumplía prisión perpetua en la Unidad 24 del Servicio Penitenciario Bonaerense, la misma cárcel de Florencio Varela que hace semanas estuvo en el centro de la polémica por la muerte del cadete Cristian Moyano.

Su salud se había deteriorado en el último mes. La diabetes descompensada y la disfagia —dificultad para tragar— lo habían llevado a ser trasladado al hospital varelense, donde los médicos intentaron estabilizarlo sin éxito. Este lunes, su cuerpo agotado dejó de resistir. Y con él se apagó también la última posibilidad de que alguien confesara dónde ocultaron los restos de Miguel Bru.

El crimen que cambió la historia

El 17 de agosto de 1993, Miguel Bru tenía 24 años y estudiaba Periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. Era un joven comprometido, militante social, con sueños y proyectos. Esa noche fue detenido por policías de la comisaría Novena. Lo subieron al patrullero. Y nunca más se lo volvió a ver.

Según los testimonios que después reconstruyeron el caso, Miguel fue llevado a la comisaría donde fue sometido a torturas brutales. Golpes, quemaduras, tormentos que se extendieron durante horas. Justo José López, entonces sargento de la Policía Bonaerense, estuvo presente. Los testigos lo ubicaron en el lugar, participando activamente de las torturas que terminaron matando al estudiante.

Después, el cuerpo de Miguel desapareció. Los policías implicados lo ocultaron, lo enterraron en algún lugar que nunca revelaron. Durante 32 años, su madre Rosa Bru movió cielo y tierra para encontrarlo. Presentó denuncias, declaró en juicios, organizó marchas, golpeó puertas de juzgados y comisarías. Pero el cuerpo de su hijo nunca apareció.

«Miguel está en algún lugar. Y alguien sabe dónde», repetía Rosa cada vez que hablaba públicamente del caso. Ese «alguien» era Justo López. Y ahora se murió sin decir nada.

El juicio histórico de 1999

El caso Bru fue uno de los primeros juicios en democracia donde se logró condenar a policías por desaparición forzada de personas. En 1999, después de seis años de investigación y lucha judicial encabezada por Rosa Bru y organizaciones de derechos humanos, un tribunal condenó a tres policías bonaerenses a prisión perpetua: Justo José López, Walter Abaitua y Héctor Pedro Romero.

La sentencia fue histórica. Rompió con décadas de impunidad policial. Demostró que era posible juzgar y condenar a uniformados por crímenes de lesa humanidad cometidos en democracia. Y convirtió el caso Miguel Bru en un emblema de la lucha contra la violencia institucional.

López fue condenado como autor material de las torturas. Los testimonios lo señalaban directamente: estuvo en la comisaría esa noche, participó de los golpes, estuvo presente cuando Miguel Bru murió. Su responsabilidad penal quedó probada más allá de toda duda razonable.

Los otros dos condenados ya habían fallecido años atrás. Walter Abaitua murió en 2016 y Héctor Pedro Romero en 2019. Ambos también se llevaron a la tumba el secreto del paradero del cuerpo. Justo López era el último. Y ahora también se fue.

Rosa Bru: años de lucha sin tregua

Rosa Schonfeld de Bru se convirtió en una referente nacional de la lucha por los derechos humanos. Después de la desaparición de su hijo, transformó el dolor en acción. Organizó marchas masivas cada 17 de agosto, exigió reformas en las fuerzas de seguridad, denunció la «maldita policía» —como ella misma la llamaba— que le había arrebatado a Miguel.

«Yo no voy a parar hasta encontrar a mi hijo», decía cada vez que le ponían un micrófono delante. Y cumplió. Durante más de tres décadas, Rosa no descansó. Envejeció buscando. Se enfermó buscando. Pero nunca dejó de buscar.

Su figura maternal indignada, recorriendo juzgados y manifestaciones, se volvió icónica. Rosa era la madre coraje que no se rendía ante el Estado, ante la Policía, ante el poder.

Cuando Justo López era trasladado a audiencias judiciales, Rosa estaba ahí, mirándolo fijo, exigiéndole que hablara, que dijera dónde había enterrado a Miguel. López siempre bajaba la cabeza. Nunca dijo nada.

El último condenado

Al momento de su muerte, López era el único de los tres condenados que seguía privado de su libertad. Los otros dos habían fallecido en prisión años atrás, pero él resistía, envejeciendo entre las rejas de la Unidad 24 de Florencio Varela.

Su salud había empeorado en los últimos meses. La diabetes que padecía desde hacía años se descontroló. La disfagia —problema para tragar alimentos— agravó su estado nutricional. Hace un mes fue trasladado al Hospital Mi Pueblo, donde los médicos intentaron estabilizarlo.

Pero el cuerpo de López, a los 71 años y después de más de dos décadas de encierro, ya no daba más. Este lunes, su corazón dejó de latir. Y con él se fue la última posibilidad de que alguien confesara dónde ocultaron el cuerpo de Miguel Bru.

«Se murió sin hablar. Como los otros. Se llevaron el secreto a la tumba», lamentó un referente de derechos humanos consultado por este medio. «Rosa buscó durante años. Y estos tipos nunca tuvieron la decencia de decirle dónde está su hijo. Es la crueldad llevada al extremo».

Un caso que sigue abierto

Aunque López haya muerto, la causa judicial por la desaparición de Miguel Bru sigue abierta. La búsqueda del cuerpo continúa. Y la familia Bru sigue reclamando verdad y justicia.

«Mientras no aparezca el cuerpo de Miguel, esto no termina», sostienen desde la Comisión por la Memoria. «La muerte de López no cierra nada. Solo confirma que estos policías fueron cobardes hasta el final. No tuvieron el coraje de confesar, de pedir perdón, de decir la verdad».

El legado de Miguel Bru

La desaparición de Miguel Bru marcó un antes y un después en la historia judicial y social de Argentina. Fue uno de los primeros casos donde se logró condenar a policías por desaparición forzada en democracia. Demostró que la violencia institucional no era un problema exclusivo de la dictadura, sino que continuaba en democracia con nuevas víctimas.

El caso generó movilizaciones masivas, impulsó la creación de organizaciones de derechos humanos especializadas en violencia policial, motivó reformas legislativas y puso en agenda pública un debate que hasta entonces estaba invisibilizado: el poder discrecional de la Policía Bonaerense y sus métodos ilegales.

Cada 17 de agosto, cientos de personas marchan en La Plata recordando a Miguel Bru. Su nombre está pintado en murales, placas conmemorativas, centros culturales. Su ausencia se convirtió en presencia militante.

El Hospital Mi Pueblo y la Unidad 24: escenarios repetidos

La muerte de Justo López en el Hospital Mi Pueblo de Florencio Varela y su detención en la Unidad 24 conectan dos instituciones que en las últimas semanas estuvieron en el centro de la noticia policial y judicial.

El Hospital Mi Pueblo es el mismo nosocomio que atendió al cadete Cristian Moyano después de ser golpeado hasta la muerte en la Unidad 24. Es el hospital público que recibe a las víctimas de violencia, a los heridos de bala, a los pacientes que el sistema expulsa. Y ahora también fue el lugar donde murió uno de los símbolos de la impunidad policial de los ’90.

La Unidad 24, por su parte, vuelve a quedar en el centro de la escena. Primero por la muerte del cadete Moyano en manos de penitenciarios. Ahora como el lugar donde cumplía condena el último responsable vivo de la desaparición de Miguel Bru. Un penal que parece condensar todas las contradicciones del sistema carcelario argentino.

Rosa Bru: una madre que nunca dejó de buscar

Rosa Bru tiene hoy más de 80 años. Su salud es frágil, pero su convicción sigue intacta. Cada vez que puede, habla de Miguel. Cuenta quién era, qué soñaba, qué estudiaba. Y exige que aparezca su cuerpo.

«Yo necesito enterrar a mi hijo», repite cada vez que da una entrevista. «Necesito un lugar donde ir a llorar, donde llevarle flores, donde decirle que nunca lo olvidé. Estos tipos me negaron hasta eso. Me negaron el duelo».

La muerte de López no cambia nada para Rosa. Sigue sin tener el cuerpo de Miguel. Sigue sin poder cerrar el ciclo. Sigue buscando, después de 32 años, una respuesta que nadie le da.

El final de una era

Con la muerte de Justo José López se cierra un capítulo —pero no el libro— de uno de los casos más emblemáticos de la lucha contra la impunidad policial en Argentina. Los tres policías condenados por la desaparición de Miguel Bru ya murieron. Ninguno confesó. Ninguno pidió perdón. Ninguno dijo dónde está el cuerpo.

«Se llevaron el secreto a la tumba», repiten las organizaciones de derechos humanos. «Pero la lucha continúa. Hasta que aparezca Miguel. Hasta que todos los desaparecidos aparezcan».

En algún lugar de la provincia de Buenos Aires, en un descampado, en un pozo, en un terreno olvidado, siguen los restos de Miguel Bru. Un joven de 24 años que soñaba con ser periodista, que militaba por un mundo mejor, que fue torturado y asesinado por policías que después ocultaron su cuerpo.

Justo José López murió este lunes en Florencio Varela. Tenía 71 años. Cumplía prisión perpetua. Y se llevó a la tumba el último secreto que Rosa Bru necesitaba saber: dónde está su hijo.

La búsqueda continúa. La justicia, incompleta. La memoria, viva. Y Miguel Bru, presente. Siempre presente.

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