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Los vecinos de «La Favelita» y San Nicolás se revelan contra los narcos: todos piden Justicia por el crimen de Matías

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Cualquiera que entre a «La Favelita» en Florencio Varela se da cuenta de inmediato la complicidad policial (y judicial) con los narcos. No hace falta ser muy perspicaz. A tal punto que uno de los acusados de matar a Matías Maidana (21) hace 15 días, fue visto ayer a las dos de la tarde en la esquina límite de ese barrio con San Nicolás, pero los uniformados dicen que lo buscan a destajo y no lo encuentran.

Después del asesinato de Matías, los Maidana recibieron amenazas y hasta le tirotearon la peluquería donde trabajan. Los amigos fueron «apretados» por esa banda que se reconocen como «Los Paisa», un grupo de peligrosos delincuentes que se creen dueños de la vida y de la muerte.

El crimen de Matías ocurrido el 23 de noviembre pasado es uno de los eslabones de la cadena de la muerte que instalaron en el barrio esta banda que tiene el completo manejo del territorio, de los búnkeres de drogas y de los consumidores. Según datos de los vecinos, hay antecedentes de violencia, golpes, tiroteos que convierten a la zona en uno de los barrios más calientes y se animan a denunciar que la policía no hace nada.

Griselda es la mamá de ocho hijos. El más chico era Matías, al que fusilaron por placer los integrantes de la banda. «No quiero que la muerte de mi hijo quede en la nada, quiero Justicia», dice con el alma y el cuerpo atravesado por el dolor mientras muestra la foto. Junto al resto de su familia, a los amigos y a gran parte de la barriada de San Nicolás están promoviendo una marcha para el próximo lunes 9 a las 20 horas a la comisaría segunda de Florencio Varela, la que debería estar investigando.

Hoy, en «La Favelita», El Molino, San Nicolás, habitan familias que se acostumbraron a vivir con el miedo a ser los próximos de la lista. Tienen terror de salir de la casa y cruzarse con los miembros de la banda y que por algún motivo, por cómo miraron o qué dijeron, los elijan para matarlos. Como le ocurrió a Matías. «Un día antes del asesinato habían herido en un pie a una chica», dice una vecina harta de la situación.

Marina tiene 25 años y es la hermana de Matías. Su relato es desgarrador. «Salimos a comprar y en la esquina nos encontramos con siete tipos», cuenta. Aquella noche no se la olvida más. Los hicieron correr mientras reían y le tiraban a matar. Pudieron escapar siete cuadras y esconderse en una casa. Se sumaron otros sujetos a la cacería. Marina todavía recuerda la voz grave de su hermano que le anunció lo peor «Me dieron». No pudo seguir caminando y ella se quedó a su lado. Los delincuentes se escaparon a las risas.

La Favelita es un asentamiento donde supo haber una tosquera. De hecho la hay. En los pasillos sin salida de las manzanas los efectivos de la policía no entran. En esos mismos pasillos muchas casillas anuncian: «Esta casa se vende»; en realidad, quiere decir que en esa casa se vende marihuana, cocaína y pastillas de LSD.

No importa su nombre. El tiene 19 años y no consume. Vive a una cuadra del barrio donde mandan los narcos.»Olvidate, le pagan a la policía», dice como quien dicta una sentencia conocida. El joven da la mejor definición de la zona «Es un shooping de la droga, a cielo abierto» dice. Además, su testimonio sirve para dar cuenta de lo que ocurre con los jóvenes que no se suman al consumo. «Ya no nos podemos reunir en la esquina, a nosotros si la policía nos pide documentos y sino vienen los transas y nos aprietan», señala. Son rehenes y así se sienten. A ese grupo pertenecía Matías. Trabajaba y estudiaba. Formaba parte de una iglesia y hasta solía cortar el pelo en forma solidaria en el mismo barrio donde lo mataron.

Una mujer, durante la recorrida de Infosur, señala una chapa oxidada que hace de pared de una habitación. Allí se vende, pero es la policía la única que no lo sabe.

Las calles de La Favelita son lo más parecido a las calles de una villa porteña o del conurbano: pasillos que no se ve dónde terminan, sin salida, casillas de chapa destartaladas y enrejadas.

La noche en que lo mataron, Matías había acompañado a su hermana, que hoy es testigo del caso. «Es ese», dice al mostrar una foto de un joven que aparece en uno de los celulares. Es el que disparó, al que dicen buscar los policías y que ayer a las dos de la tarde estaba en la esquina. La joven de 25 años al recordar esa noche, mira para arriba, como buscando en su memoria. Cuando empezaron los tiros salió corriendo; no sabe por qué a ellos, no sabe por qué a Matías.

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