El hombre robusto, de tez negra y manos curtidas se inclina como lo haría un gigante. El tiempo se detiene por unos minutos, mientras reza como si fuera un niño. Nada de eso puede escapar a la mirada del visitante pues ocurre a metros de la entrada del cementerio de Florencio Varela. La bóveda está llenas de flores y este hombre, apenas se levanta, tiene que luchar para colocar las flores que tiene en sus manos, hasta que al final hace lugar. Se va. La escena se repite con otras personas. ¿A quién le reza? A Adrianita, la Santa de Florencio Varela, a la que le atribuyen milagros, de esos que la ciencia no puede explicar.
Adrianita Taddey murió un 4 de mayo de 1969. Hace exactamente 50 años. El fallecido cura de la parroquia San Juan Bautista, Juan Santolín, había iniciado la cruzada para que la iglesia le de «legalidad» a la creencia popular de los varelenses. Allá por los 90, inició el largo derrotero para que el Vaticano la convierta en verdadera Santa. Con la muerte del sacerdote en abril del 2010, la carpeta se perdió y el camino a la santificación quedó en el olvido.
Adrianita, que tuvo una vida de sufrimientos rodeada de misterio. Nació el 4 de noviembre de 1957 en Florencio Varela. Familia de clase media con profundo sentido religioso, que traían de sus ancestros checoslovacos. Vivió junto a su familia en una coqueta vivienda sobre la calle Belgrano en Villa Vatteone. Ya no queda nadie vivo de lazo directo de sangre. Su hermana, Liliana, fue la última en fallecer hace unos años.
Al principio, después del nacimiento en 1969, todo marchó bien con Adrianita, como sucede con los niños. Fue hasta los tres años, cuando sufrió una descompensación en la que su familia asegura que falleció unos minutos. Cuando los médicos lograron que reaccionaria volvió, pero ya no era la misma.
No sólo había perdido la movilidad en casi todo el cuerpo, sino que su cara, sus gestos y su sonrisa eran diferentes. “Mamita, te tengo que contar algo, esta noche vino una señora muy linda y me dijo que yo me voy a curar y voy a caminar. Era la virgen», contó la nena. Desde allí, comenzaron las cosas inexplicables.
Desde el hospital, Adrianita veía todo lo que pasaba en su casa sin que le cuenten nada. Así, conoció la muerte de su perro y describió la forma en que apareció sin vida sin ninguna referencia externa. Incluso los niños con los que compartía sala “se curaban” de forma extraña. Al volver a su hogar, continuó su tratamiento y cada vez más gente comenzó a llegar para pedirle por su salud. Su vivienda, se convirtió para ese entonces en un improvisado centro de tratamiento.
Pero a los 11 años, la vacunación de rigor en todos los chicos del colegio surtió un efecto inesperado en la niña y complicó su salud. Adrianita dejó de existir ese 4 de mayo de 1969. Una imagen de un corazón y un bastón –registrada en una foto de la época- coronó el cielo en ese mismo momento. Para los fieles, era el paraíso, recibiendo la visita de su nuevo ángel.
EL SANTUARIO
Hasta mediados de la década del noventa, sus restos se encontraban en un nicho del cementerio de Florencio Varela. Ante la gran concurrencia de fieles que peregrinaban por ese lugar, fueron trasladados a una bóveda ubicada a pocos metros de la entrada. Este Santuario fue donado por la Municipalidad, considerando la enorme cantidad de placas agradeciendo milagros y curaciones. Todos los días del año hay un peregrinar constante de gente que le lleva flores, recuerdos, golosinas y que depositan sus pedidos en un pequeño buzón instalado por la familia.
Dentro de la bóveda se observa un enorme retrato sonriente de Adrianita, rodeado de flores artificiales y naturales. El pequeño ataúd se encuentra tras una vitrina de vidrio, dónde se acumulan juguetes, souvenirs, anillos, hebillas de niña, cartas dejadas por los creyentes, rosarios, cuadernos, estampitas de la Virgen y una serie de fotografías que muestran diferentes momentos de su vida e inclusive existe una que la muestra dentro del cajón durante su velatorio. Existe un montaje fotográfico enviado a hacer por la madre donde se reconoce la clásica representación del Ángel de la Guarda pero con el rostro de Adrianita. Hay un buzón para depositar los pedidos y decenas de placas de bronce clavadas sobre una de las paredes que dan testimonio del agradecimiento de varias familias de la localidad.