Una vecina tuvo que asistir un parto en plena calle de Florencio Varela: la ambulancia no llegó y la beba nació sobre la tierra

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Paola Rocío Altamirano, de 29 años y madre de cuatro hijos, dio a luz en la esquina de Berna y Checoslovaquia del barrio Pico de Oro de Florencio Varela a las 6 de la mañana. Su vecina Soledad Moreno la asistió sin saber cómo sacar la placenta. Llamaron al SAME, a la Policía, a un auto de plataforma. Nadie llegaba. La beba nació con la bolsa y Soledad la rompió para que respirara. «Esto no puede volver a pasar», exige la mujer que salvó dos vidas en medio de la calle de tierra.

EXCLUSIVO INFOSUR

FLORENCIO VARELA – Eran las cinco de la mañana del martes cuando Soledad Moreno (44) escuchó los gritos. Salió de su casa en el barrio Pico de Oro y vio a su vecina Paola Rocío Altamirano (29) doblada de dolor en plena calle de tierra, con las contracciones cada vez más seguidas. Después de una hora Paola dijo entre jadeos «Me va a nacer acá». Soledad miró alrededor: ni ambulancia, ni patrullero, ni un auto que pasara. Solo la calle de tierra de la esquina de Berna y Checoslovaquia, y más allá el campo abierto donde las ambulancias no entran porque «no hay calles».

No había tiempo para dudar. Soledad nunca había asistido un parto en su vida. No sabía cómo sacar una placenta. No tenía ni idea de qué hacer si algo salía mal. Pero Paola la miraba con ojos desesperados, agarrándose la panza, y no había nadie más. Así que Soledad se arrodilló en la tierra, le sostuvo las manos, y le dijo lo único que se le ocurrió: «Aguantá, Paola. Yo te ayudo. Vamos a estar bien».

Minutos después, en medio de la calle de tierra, bajo la luz tenue del amanecer, nació Paula. Una beba de 3 kilos y 200 gramos que llegó al mundo envuelta en la bolsa amniótica, sin médicos, sin enfermeras, sin nada más que las manos temblorosas de una vecina que no tuvo otra opción que convertirse en partera improvisada porque el Estado no llegó.

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El calvario que empezó el sábado en el Hospital Mi Pueblo

La historia no empezó esta madrugada. Empezó el sábado anterior, cuando Paola ya tenía contracciones y dolores que le anunciaban que el parto estaba cerca. Soledad la acompañó al Hospital Mi Pueblo de Florencio Varela —el mismo hospital público que atiende un promedio de 12 partos por día— donde la revisaron, la pusieron en observación unas horas, y después le dijeron que se fuera a su casa.

«Todavía falta», le dijeron. «Volvé cuando los dolores sean más seguidos».

Paola volvió a su casa en Pico de Oro. Madre de cuatro hijos, conocía los códigos del parto. Sabía que cuando el cuerpo dice «ya», no hay vuelta atrás. Y esa madrugada del martes, a las 5 de la mañana, su cuerpo dijo «ya».

Las contracciones la despertaron. Eran intensas, cada vez más cerca una de la otra. Llamó al SAME. Le dijeron que enviaban una ambulancia. Esperó. La ambulancia no llegaba. Llamó de nuevo. «Ya sale», le dijeron. Siguió esperando. Nada.

Desesperada, pidió un auto por una plataforma digital. El conductor aceptó el viaje. Pero tampoco aparecía. Las contracciones se aceleraban. Paola salió a la calle, incapaz de quedarse adentro, buscando aire, buscando ayuda. Se sentó en la esquina de Berna y Checoslovaquia. Y ahí, en medio de la calle de tierra, empezó a parir.

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La beba Paula nació con 3,200 kilos y está fuera de peligro. «Esto no puede volver a pasar», exige la mujer que salvó dos vidas.

«La bebé nació con la bolsa y yo la rompí para que respirara»

Me va a nacer, Sole, me va a nacer acá», repetía entre lágrimas. Soledad le agarró las manos, le habló, intentó calmarla. Pero el parto no esperaba. La naturaleza tiene sus tiempos y no negocia.

La beba empezó a salir. Soledad la recibió con las manos. «Nació con la bolsa», recuerda todavía conmocionada. La bolsa amniótica envolvía a la recién nacida como un velo transparente. Soledad, que nunca había visto algo así, hizo lo único que su instinto le dictó: la rompió. Para que la beba pudiera respirar.

«No sabía si estaba haciendo bien o mal. Solo sabía que tenía que respirar. Entonces rompí la bolsa y la beba empezó a llorar. Ahí me di cuenta de que estaba viva. Y me largué a llorar yo también».

La beba estaba viva. Paola estaba consciente, agotada, temblando. Pero faltaba sacar la placenta. Y Soledad no tenía idea de cómo hacerlo. «Yo no sabía sacar la placenta», repite en su testimonio a Infosur. «Tenía miedo de hacerle daño, de que se desangrara, de que pasara algo malo».

Paola sentada en una silla, con la recién nacida en el pecho, conectada todavía por el cordón umbilical. En medio de la calle de tierra. A las seis de la mañana. En Florencio Varela. En Argentina. En 2025.

Un vecino gritó en la calle y apareció un patrullero

Mientras todo esto ocurría, otros vecinos empezaron a salir de sus casas. Uno de ellos, desesperado porque nadie llegaba, corrió hasta el asfalto y empezó a gritar. Gritos fuertes, desgarrados, pidiendo ayuda. «¡Ayuda! ¡Acá hay una mujer pariendo! ¡Ayuda!».

Ahí fue cuando finalmente apareció un patrullero policial. No venían por el llamado al SAME. No venían porque alguien desde el sistema de salud hubiera coordinado el operativo. Venían porque escucharon los gritos de un vecino desesperado en medio de la calle.

Los policías no sabían qué hacer. Pero entendieron la urgencia. Y cuando finalmente llegó el auto de la plataforma digital que habían pedido hacía más de una hora, los uniformados hicieron lo único útil que podían hacer: abrieron camino con la patrulla hasta el Hospital Mi Pueblo.

El conductor del auto era un pastor evangélico. Según Soledad, cuando vio la escena —una mujer recién parida con la beba en el pecho, todavía con el cordón sin cortar—, no dudó. «Suban», dijo. Y las trasladó.

Paola viajó en el asiento delantero del auto, sosteniendo a Paula contra su pecho, con Soledad atrás sosteniéndola a ella. El patrullero adelante, con sirena y balizas, abriendo paso por las calles de Florencio Varela hasta llegar al hospital.

En el Hospital Mi Pueblo: 12 partos por día y una que nació en la calle

Cuando llegaron al Hospital Mi Pueblo, los médicos y enfermeras atendieron a Paola de urgencia. Le cortaron el cordón umbilical, extrajeron la placenta, revisaron a la beba, controlaron los signos vitales de ambas. Todo estaba bien. Paula pesaba 3 kilos y 200 gramos. Madre e hija estaban fuera de peligro.

El Hospital Mi Pueblo atiende un promedio de 12 partos por día. Es uno de los principales centros de salud pública del conurbano sur. Tiene maternidad, neonatología, equipos profesionales capacitados. Pero no pudo evitar que una de sus pacientes pariera en la calle porque la ambulancia nunca llegó.

«Si el sábado la hubieran dejado internada, nada de esto pasaba», razona Soledad. «Ella ya tenía contracciones. Ya estaba con dolores. ¿Por qué la mandaron a la casa? ¿Por qué no la dejaron ahí hasta que nazca la beba?».

Son preguntas que quedarán flotando. El sistema de salud público está colapsado. Los recursos son escasos. Las camas de maternidad están saturadas. Los profesionales hacen lo que pueden con lo que tienen. Pero el resultado es este: mujeres que paren en la calle asistidas por vecinas sin ninguna formación médica.

«Esto no puede volver a pasar»

Soledad habla con Infosur todavía conmovida. Han pasado horas desde el parto en la calle, pero ella sigue procesando lo que vivió. «Yo no soy médica. No soy enfermera. No sé nada de partos. Pero no tenía otra opción. O la ayudaba yo o esa beba nacía sola en la tierra».

Nos envió fotos y videos del momento posterior al parto. Las imágenes conmueven: Paola sentada en la silla en medio de la calle de tierra, exhausta, con la recién nacida en el brazo, todavía conectada por el cordón umbilical. Soledad a su lado, sosteniéndola. Todo en plena calle. Como si estuviéramos en el siglo XIX y no en 2025.

«Esto no puede volver a pasar», repite Soledad una y otra vez. «No puede ser que una mujer tenga que parir en la calle porque la ambulancia no llega. No puede ser que una vecina que no sabe nada tenga que hacer de partera. ¿Y si algo salía mal? ¿Qué hacíamos?».

Son preguntas válidas. Son preguntas que deberían responderse en las reuniones de gestión del Hospital Mi Pueblo, cuyo director es Ruben Trepichio.

Pico de Oro: donde las ambulancias «no entran»

El barrio Pico de Oro queda en una zona periférica de Florencio Varela. Es un barrio humilde, de calles de tierra, casas precarias, familias trabajadoras que sobreviven como pueden. Más allá de la calle Berna y Checoslovaquia —justo donde parió Paola— empieza el campo abierto. No hay asfalto. No hay veredas.

«Las ambulancias no entran acá», explica Soledad. «Dicen que no hay calles, que no pueden llegar. Lo mismo los patrulleros. Entonces nosotros quedamos abandonados. Si pasa algo grave, tenemos que arreglarnos solos».

Las otras cuatro hijas de Paola

Paola tiene 29 años y ahora cinco hijos. Paula es la menor. Las otras cuatro quedaron en la casa esa madrugada, esperando que su mamá volviera con la hermanita. No saben que su mamá parió en la calle. No saben que una vecina tuvo que asistir el parto. No saben que estuvieron a punto de perder a su mamá y a su hermana.

La maternidad en contextos de pobreza es una hazaña diaria. Parir, criar, alimentar, cuidar, trabajar. Todo al mismo tiempo. Con recursos escasos.

Paula: la beba que nació sobre la tierra

Paula está bien. Pesa 3 kilos y 200 gramos. Respira sin problemas. Se alimenta normal. No tiene secuelas del parto en la calle. Es, dentro de todo, un milagro.

Su nombre ya está en el registro del Hospital Mi Pueblo como una de las 12 bebas que nacieron ese día en el centro de salud. Pero Paula no nació en el hospital. Paula nació en la calle Berna esquina Checoslovaquia, sobre la tierra, asistida por una vecina que no sabía lo que estaba haciendo pero que lo hizo igual porque no había otra opción.

Dentro de unos años, cuando Paula sea grande, alguien le va a contar esta historia. Le va a contar que nació en medio de una calle de tierra porque la ambulancia no llegó. Le va a contar que una vecina llamada Soledad la recibió con las manos y le salvó la vida.

El grito que nadie escucha

«Esto no puede volver a pasar», repite Soledad. Es su mantra. Es su exigencia. Es su grito en medio de la calle de tierra, igual que el grito de aquel vecino que salió a pedir ayuda esa madrugada.

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