La confesión de Celeste: el horror detrás del pozo en Mayol

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La escena se abre en el barrio Mayol de Florencio Varela, bajo el cielo pesado de una noche de septiembre. En el fondo de una casa humilde, en la calle Chañar al 700, un grupo de hombres cava un pozo. En pocas horas, ese hueco se convertiría en la fosa clandestina de tres mujeres jóvenes víctimas de narcofemicidio.

Dos semanas después, una de las detenidas, Celeste Magalí González Guerrero, rompió el silencio en una sala de la UFI de Homicidios de La Matanza, ante el fiscal Carlos Adrián Arribas. Su voz, según consta en la declaración, viajó entre el miedo, la frialdad y el desconcierto.

“Yo me fui a vender droga”

Julio me llamó para decirme que venía con unas amigas”, declaró Guerrero, que vivía allí con su pareja, Miguel Villanueva Silva, otro de los imputados. “Cuando llegué, ya estaban cavando el pozo. Eran Matías Ozorio, Nero y Paco”.

Celeste, de 28 años, nacida en Formosa pero criada en Varela, relató que esa noche recibió mil dólares de un hombre al que identificó como ‘El Duro’, un supuesto narco peruano, tío de “Pequeño J” —nombre que usaba Julio—, el presunto cabecilla de la banda.

Mientras los hombres preparaban la escena, ella asegura que se fue a “vender estupefacientes” en la esquina de San Nicolás y avenida Hudson, el punto donde —según dijo— operaba la pareja.

El pozo, la Tracker y las víctimas

Cuando volvió, pasada las nueve de la noche, ya todo estaba en marcha.
Una camioneta Tracker blanca entró por el portón. De allí bajaron tres chicas y tres hombres. “Se las veía sonrientes, como engañadas, creyendo que venían a una fiesta”, dijo.

Adentro, tres hombres con guantes de látex aguardaban en la oscuridad. La música sonaba fuerte. Afuera, los vecinos recuerdan los ladridos de los perros y un silencio raro después de la medianoche.

El horror contado en primera persona

En su declaración, Celeste afirmó que Villanueva le confesó haber matado a una de las chicas con un destornillador, cuando intentó escapar.
Le clavó el destornillador en el cuello y después le aplastó la cara con un fierro”, dijo sin titubear.

Luego —según su relato— fueron a un kiosco de la avenida Perón y compraron lavandina, guantes, Poett y bidones de nafta. Con eso limpiaron la escena. “Ya lo habían lavado todo cuando volví con las hamburguesas”, agregó.

El testimonio también menciona que los asesinos transmitieron parte del crimen por videollamada, a través de la app Zangi, para sus jefes —a los que llama “Papá” y “Lima”—, supuestamente ubicados en José C. Paz.

El fuego y el encubrimiento

Los colchones, las sábanas y la ropa ensangrentada fueron cargados en la camioneta y quemados en un descampado a pocas cuadras del lugar. “Prendieron todo fuego con la nafta que compramos”, relató.

Los cuerpos de Morena Verdi, Brenda del Castillo y Lara Gutiérrez permanecieron enterrados en el patio, bajo una fina capa de tierra y cemento, hasta que la policía halló la fosa días después.

Una red narco con acento en Varela

Más allá de la brutalidad del relato, la declaración de Guerrero expone la estructura del narco local: un sistema escalonado de poder que ella misma describe como “abuelo, papá, tíos y pequeños”.
El circuito, dice, operaba entre Pompeya, José C. Paz y Florencio Varela, y usaba grupos de WhatsApp como “Pizzería Los Pulpos” para organizar la venta y los traslados de drogas.

Yo solo era la que vendía en la esquina”, intentó justificarse ante el fiscal. Pero su testimonio la ubica dentro de una red de violencia, dinero y muerte, donde las mujeres, como ella y las víctimas, eran piezas descartables.

Una herida abierta en Florencio Varela

El triple narcofemicidio sacudió a la comunidad varelense, que todavía no encuentra alivio.
En la esquina de Hudson y San Nicolás, donde Celeste dice haber vendido droga aquella noche, los vecinos aún hablan en voz baja. Algunos aseguran haber visto la camioneta blanca, otros prefieren callar.

En el patio de Chañar 702, los rastros del horror ya no se ven, pero la tierra removida sigue oliendo a miedo y silencio.

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