Querido hermano sacerdote:
¡Feliz día!
Como pasa con otros acontecimientos, esta celebración también es muy particular en tiempos de pandemia. El pequeño e imperceptible virus nos ha hecho topar con la fragilidad, la impotencia, la limitación, pero a la vez, ha hecho que en el corazón humano se despierten esas fuerzas, a veces dormidas o poco activadas, como son la humildad, la compasión, la ternura, la generosidad, la paciencia, la solidaridad…
En la liturgia eucarística de este tiempo nos ha acompañado el Evangelio según San Mateo. Las bienaventuranzas y todo el sermón de la montaña, los relatos de los milagros de Jesús, las parábolas del Reino han arrojado una luz sobre estas tinieblas de las dudas, de los temores que la epidemia despierta en todos nosotros. Las muchedumbres que seguían a Jesús, siguen hoy buscándolo para escucharlo, para que los sane, para que los sacie, no sólo con sus palabras, sino también con el pan multiplicado.
Jesús sigue haciéndose presente en el mundo por medio de nuestro ministerio sacerdotal. Quizás sea este tiempo en el que más nos hemos dedicado a la oración de intercesión. Siempre lo hemos hecho, pero en estos largos meses es lo que más pudimos hacer por nuestro pueblo, llenándose nuestro corazón de tantos nombres, rostros, recuerdos de personas que nos acompañan o nos han acompañado. Pero también de tantos que no conocemos. Por este misterio de “ser uno” con Cristo Mediador, los hacemos cercanos en la fe; tantas mujeres y hombres que sufren y mueren solos; madres y padres que pierden a sus hijos; personas que ven irse y sufren la muerte de sus familiares; tantos adultos mayores que sufren la soledad. Nuestra intercesión abarca a todos, sin distinción alguna, para presentarlos en esa patena que cada día elevamos en el altar; los pobres, los olvidados, los descartados, los perseguidos, los que han perdido la fe y la esperanza. También intercedemos por los que sirven y atienden a los demás para aliviar el dolor de la enfermedad y del alma; los profesionales, empleados y voluntarios del servicio sanitario. Todos están presentes en nuestra Eucaristía. Quizás es lo único que podemos hacer en el día. Pero es lo que la Iglesia nos regaló desde el día de nuestra ordenación: rezar por el pueblo de Dios.
Otros pueden salir y acompañar a tantos y tantas que se juegan, hasta arriesgando su salud, en los centros de atención sea en lo alimentario, como en la sanidad y la higiene. Los que van a atender a un enfermo con el consuelo de los sacramentos, o para acercar el corazón y el oído atento a quien lo necesita. Otros se ingenian para animar con la Palabra de Dios la vida de las comunidades y familias por medio de las celebraciones transmitidas a través de los modernos medios de comunicación. Y en estos momentos, tres hermanos nuestros están infectados, ofreciendo su sufrimiento. Los tenemos presentes en nuestras oraciones: al P. Leo Sala, al P. Eduardo Brites y al P. Edgardo Herrera. ¡Que pronto se recuperen!
El año pasado, en una carta similar, recordábamos unas palabras del Beato Obispo Enrique Angelelli. Era el año de la beatificación junto a sus compañeros mártires riojanos. Este año, queremos recordar al P. Orlando Yorio, puesto que el próximo 9 de agosto celebramos los 20 años de su pascua. Unas palabras suyas lo unen a otro gran sacerdote de nuestra Diócesis, el P. Gino Gardenal. Las pronunció en un retiro en el año 1993, al conmemorarse los diez años de la fundación de la Casa Cura Brochero. En la meditación sobre los propios pecados, dijo:
“Cura Brochero es un lugar que tiene que ver con el pecado. Yo he confesado muchísimo allí. Muchas horas de noche he pasado confesando. Es una casa que ha nacido sobre todo para posibilitar retiros a masa de gente. Que haya masa de gente que pueda hacer al menos un retirito de dos días, así como va pudiendo. Así como nos contaba ayer Alejandra: invitada desde la esquina del barrio. Yo he estado en los comienzos de esta casa, tanto para ayudarlo a Gino a conseguirla como en los primeros encuentros de mujeres”
(Leonor Carabelli. “Orlando Yorio: relatos de vida”. Ediciones Didascalia. 2011. Pag. 17)
El Padre Obispo Jorge Novak, en la homilía de la Misa en sufragio del P. Orlando, el 17 de agosto de 2000, dijo:
“Orlando era un hombre de oración. De larga y profunda oración. De ella sacaba las energías necesarias para ser fiel a sus opciones fundamentales. De la oración le brotaban las luces y las fuerzas para orientar a muy numerosas personas en la vida espiritual, en la vivencia eclesial y en el compromiso con toda la comunidad humana. Confiadamente sostenemos que, habiendo participado de los padecimientos de Cristo, ha llegado a la meta, alcanzando el premio del llamado celestial que Dios le hizo en Cristo Jesús (Cfr. Flp. 3, 14)”
“En nuestra Diócesis el Primer Sínodo ha sentido la bendición de la dedicación exclusiva que le pedí para edificación de nuestra Iglesia. Su sabiduría y su caridad colaboraron, en gran medida, en lograr que ese acontecimiento fuera verdaderamente una etapa fundacional de la comunidad.”
Queridos hermanos sacerdotes, con el recuerdo de estos “hermanos mayores” de nuestra familia sacerdotal, sigamos cantando la misericordia de Cristo, que un día nos miró y nos llamó para seguirle.
¡Feliz día del Cura!
Un fraternal abrazo. ¡Dios te bendiga, hermano, y la Virgen santa te cuide!
+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes
+ Marcelo Julián (Maxi) Margni
Obispo Auxiliar de Quilmes