«Yo también sé lo que estar preso». La confesión no es de un detenido o condenado. El que habla, agarrado del pasamanos del colectivo, viste uniforme del Servicio Penitenciario Bonaerense.
La vida intramuros no es fácil. Por un lado, la violencia que se vive adentro de las cárceles no afecta sólo a los internos, también les cabe a los carceleros. Y por otro, el carcelero, que obviamente pidió reserva de su nombre, confió la punta de un ovillo que desentraña la temerosa situación laboral de quienes forman parte del ejército de guardias en la cárcel.
El hombre viene de trabajar 16 horas corridas en la Unidad Penitenciaria 31, una de las más superpobladas de la Provincia. Esa cárcel, que forma parte del complejo de Florencio Varela, tiene capacidad para poco más de 400 internos, pero en junio del año pasado había más de 900. Un 120 por ciento arriba.
«Yo los veo a ellos y me veo a mí», dice el guardiacárcel al momento de mostrar las fotos que erizan la piel. «Los puestos son un asco, no hay un baño digno, se llueve más adentro que afuera, no tienen luz ni agua», refiere.
Está hablando de los puestos donde los guardias se apostan para cumplir con la misión: vigilar. Ocurre tanto en la 31, que está dirigida por el Inspector Mayor Carlos Díaz, como en la Unidad 23, actualmente al mando de Jorge Gómez, también Inspector Mayor.