Sobrevivir en la selva de Hudson donde el pantano es una trampa mortal

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Lucas Vivas (20) y Enzo Zárate (18) están vivos para contarla. Después de seis días de estar perdidos en la costa de Berazategui, un equipo de rescate los encontró, en medio de una verdadera trampa mortal compuesta por bañados, pantanos y ciénagas. Sobrevivieron de milagro.

En la zona de humedales donde se perdieron los pescadores pisar firme es un peligro. Ciénagas que pueden enterrarte por completo. Bañados peligrosos y animales cuyas picaduras pueden ser heridas de muerte. Fango. Mucho frío a la noche en medio de una oscuridad total. Clima subtropical. Esas son las principales características de la Selva Marginal de Hudson, Berazategui.

«Teníamos la idea de ir a pescar. Pero como no había pique, nos fuimos metiendo cada vez más adentro. Pero nos agarró la noche y después no supimos cómo volver», contó Lucas que ya está en su casa pero no podrá borrar la odisea vivida.

La zona donde se perdieron se encuentra a un costado del camping Hudson. La única vía de acceso es la calle 63. Allí, el terreno es un descampado enorme rodeado de pastos altos y cañaverales elevados. Suele inundarse y está atravesada por ríos y lagunas. «De noche puede ser muy peligroso porque no se ve nada», comenta un experto pescador oriundo de la zona.

Lucas, que como Enzo nunca había ido para esa zona antes, cuenta que la primera noche construyeron una especie de rancho para protegerse del frío. «Lo hicimos con lo que teníamos a mano», narra. Y agrega: «Al otro día comenzamos caminar y tratábamos de ubicarnos con el ruido de los autos que pasaban por la autopista».

Sin embargo, según Enzo, los ruidos los confundía porque «se sentían en un momento y después desaparecían. Hasta que los dejamos de escuchar».

Aunque no lo sabían, caminaron en círculos durante esos seis días. «Pateamos una bocha. Lo que pasó fue que cuando creíamos que estábamos saliendo para el lado de la ruta, en realidad nos estábamos metiendo más adentro», dice Lucas.

Hacía frío. Las noches fueron largas y oscuras. Tuvieron hambre y sed. «Dormíamos arriba de los árboles, agarrados de la ramas. Queríamos prender fuego todo para que nos encontraran. Pero el único encendedor que teníamos lo habíamos perdido», recuerdan.

Los seis días fueron un absoluto calvario, una odisea, pero también un desafío psicológico. Superar tamaña adversidad.

Ellos cuentan que para apaciguar la sed, ya que no tenían nada, tomaban «como perros» el agua de los charcos. «En un momento intenté comer plantas», agrega Lucas, para describir el drama.

La situación comenzó a agravarse, cuentan, a partir del tercer día. «Ya no dábamos más. Estábamos muertos de hambre y sed. Y teníamos la sensación de caminar en círculos. Ya no sabíamos qué hacer». comenta Enzo, que padece de asma y por suerte no tuvo ningún ataque durante los seis días perdidos.

Los últimos días fueron los más difíciles. Con frío, débiles por la falta de alimentos, con el cuerpo comido por los mosquitos y las hormigas, y los pies hinchados y muy lastimados, el humor entre ellos comenzó a cambiar.

Si bien los jóvenes estaban –en línea recta- a unos 500 metros de la salida, la zona es de muy difícil acceso, muy anegada y es muy fácil perderse. “Es una zona bastante peligrosa para meterse sin equipamiento y solos. Es muy fácil extraviarse porque no hay puntos de referencia. Ellos contaron que se armaron una rutina en la que de noche buscaban resguardo y de día caminaban buscando una salida”, dijo el director de SAME provincia, Federico Villagrán.

El cambio del rumbo del viento y el susurro que escuchó un rescatista, fueron los elementos claves para encontrarlos y que esta historia, sacada de cualquier escena de una película, pero en la vida real, tenga un final feliz.

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