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La hija del obstetra de la maternidad de Campo de Mayo relató su drama y pide Verdad y Justicia

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Télam, 24/05/2017 Buenos Aires - Erika Lederer, la hija del segundo jefe de la maternidad clandestina de Campo de Mayo, nunca se reconcilió con su padre y luego de la marcha del 2x1 contra la acordada de la Corte Suprema de Justicia, se propuso -reunir a los hijos de los genocidas que jamás avalamos sus delitos, a los que gritamos en sus caras la palabra asesino y Memoria, Verdad y Justicia-. Foto: Analía Garelli

Erika Lederer, la hija del segundo jefe de la maternidad clandestina de Campo de Mayo, nunca se reconcilió con su padre y luego de la marcha del 2×1 contra la acordada de la Corte Suprema de Justicia, se propuso «reunir a los hijos de los genocidas que jamás avalamos sus delitos, a los que gritamos en sus caras la palabra asesino y Memoria, Verdad y Justicia».

El nombre de Ricardo Lederer surgió en los casos de apropiación de bebés en la maternidad clandestina de Campo de Mayo, juzgados bajo la caratula «Riveros, Santiago Omar y otros por privación ilegal de la libertad, tormentos, homicidio, etc.», en la que se determinó que «en ese centro clandestino también fueron detenidas-desaparecidas decenas de mujeres embarazadas».

En el contexto de esta causa, la enfermera Lorena Josefa Tasca informó que le tocó «intervenir en tres casos de mujeres no registradas: uno en epidemiología, otro en la cárcel de Campo de Mayo, y otro fue un parto» y señaló al doctor (capitán) Ricardo Lederer como «el segundo jefe militar de Obstetricia». Pero Erika recordó que «también estuvo involucrado en los vuelos de la muerte» cuando tiraban detenidos-desaparecidos al Río de la Plata, y se sumó a los ‘carapintadas’.

A pesar de estos hechos, el capitán Lederer vivió en libertad hasta que el pasado le cobró la factura: Se suicidó de un tiro en la boca a pocas horas de haberse difundido la restitución de identidad del nieto recuperado 106, Pablo Javier Gaona Miranda -en agosto de 2012- cuando se supo que con su firma avaló la identidad falsa con la que fue entregado a sus apropiadores, con un mes de vida, luego de un operativo en el que secuestraron a sus padres biológicos, María Rosa Miranda y Ricardo Gaona Paiva.

– ¿Odia a su padre?
– No lo perdono, no sé si lo odio. También me preguntaron si lo quería, pero no me hago esa pregunta… No tuve odio, tuve tristeza porque quise que cambiara…

Dos días después de la marcha contra la decisión de la Corte, en la convocatoria contra el 2 x1, Erika escribió en su Facebook: «Pienso en voz alta: Los hijos de genocidas que no avalamos jamás sus delitos, esos que gritamos en sus caras la palabra asesino y Memoria, Verdad y Justicia, por pocos que seamos, podríamos juntarnos, para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva». «Aún con la panza revuelta por los recuerdos y los ojos con ganas de seguir llorando, se me cruzó esa idea por la cabeza y el corazón. Juntarnos para hilvanar la historia, para producir dato, dejar testimonio y ayudar a que se sepa. Me ofrecí a gestarlo y a darle forma casi como una necesidad».

-¿Qué eco está teniendo su propuesta?
– La expectativa es que se vaya sumando gente para generar relatos de estas historias que dejaron huella. Y para eso hay una página de Facebook en la que vamos encontrándonos. Se llama Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía (https://www.facebook.com/historiasdesobedientes/).

Nos va a servir para reconstruir nuestros relatos, rellenar algunas lagunas y lograr historias habitables. Nos vamos juntando de a poco. Es muy loco no haber tenido conexión antes.

Lo primero que dije es que no voy a perder un minuto en discusiones que ya no doy porque la queja no sirve de nada. La consigna es reunirnos para aportar datos, contar historias que a otros les sirvan. Reunirnos para sanar porque no hay noción de los daños que aún se siguen produciendo.

También destaco que no nos ponemos en pie de igualdad con los hijos de desaparecidos. En todo caso estamos al servicio, pero no nos sentimos con voz.

«Por pocos que seamos, podemos juntarnos para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva», afirmó Erika a Télam -en esta entrevista exclusiva- y ratificó su propuesta que comenzó a tomar forma luego de la marcha del 10 de mayo y la publicación de la entrevista que la revista Anfibia le hiciera a la hija del genocida Miguel Etchecolatz.

– ¿Reconocé algún punto de inflexión en el que perdió la esperanza de entenderte con él?
-¿Cuándo perdí la esperanza de que se arrepienta…? Puedo indicar tres momentos diferentes.
El primero fue cuando me di cuenta que los militares eran impiadosos a la hora de generar violencia sobre los cuerpos: En una oportunidad mi viejo le puso una pistola en la cabeza a mi mamá delante mío cuando yo tenía 15 años. Ahí entendí que era capaz de hacer cualquier cosa.

El segundo fue a mis 24 años, cuando realizó una requisa de mi habitación. Yo no estaba en casa y entró a revisar mi pieza y tiró todo. Revolvió hasta encontrar unos periódicos que había dejado escondidos en la biblioteca. A los pocos días decidí irme de mi casa.

Y otro, por ejemplo, fue cuando vino a ver a mis hijos antes de suicidarse. Poco antes le había mandado un mensaje de texto y le escribí ‘Memoria, Verdad y Justicia’. Cuando llegó le pregunté si pensaba arrepentirse y me dijo que no. Creo que cuando visitó a los chicos ya le rondaba la idea del suicidio porque luego me llamó para decirme que me quería, no hablábamos muy seguido.

-¿Qué recuerdos tiene del vínculo con tu padre?
-Uff… que estaba loco, de hecho le decían ‘El loco’. Mi viejo era bipolar y muy violento, sobre todo conmigo porque siempre lo interpelé, era la oveja negra de la familia. Su violencia dependía del día a día y yo lo detectaba mirándolo a los ojos. Podía ser extremadamente feroz y de golpe muy cariñoso. Vivíamos en un campo minado todo el tiempo.

– ¿Cuándo se dio cuenta a qué se dedicaba en verdad?
– Alrededor de tercer grado, 8 años, recuerdo que apareció una nota en Página/12 en la que mi papá defendió a Camps, de quien era íntimo amigo e iba a visitar a la cárcel hasta que se murió. En ese momento empezaron a decirme que no hablara de esas cosas en el colegio y no entendía por qué. Esto me sembró una duda de las buenas y me dio mucha vergüenza. Recuerdo que al mismo tiempo dejé de creer en Papá Noel. Pero mi viejo, que tenía un sadismo especial, ya había trabajado como forense de la Policía Bonaerense. Recuerdo que comíamos con fotos de muertos sobre la mesa.

-¿Reconoce algún aspecto suyo en su propia forma de actuar o su personalidad?
– Me considero temeraria, no tengo miedo (como él), y eso me ayudó a enfrentarlo.
Fui educada con valores de mierda, pero uno de ellos me fue muy útil: la gallardía. Lo peor que se puede hacer para defender una idea es no tener coraje.

-¿Pensó en cambiarse el apellido como la hija de Etchecolatz?
-No. Mi apellido no es tan conocido, pero además decidí hacerme cargo de la mierda que me tocó. En una época me daba vergüenza decirlo, nos constituimos a partir de la subjetividad; y desde ahí podemos construir otra cosa. Por eso es que me consideran una traidora, un hecho que hasta hoy tiene efectos en mi vida.

Familias como la mía tuvieron que vivir disociadas entre los afectos y la razón porque había que seguir conviviendo y mirarse a los ojos. Pero cuando se rompió el pacto de silencio se destrozaron los vínculos y las sanciones del clan fueron encarnizadas.

En mi caso, por ejemplo, mi hermano no me da pelota, y con mi madre me llevo muy mal porque creo que tuvo una ignorancia dolosa; sabía lo que pasaba pero se hizo la boluda.

Guillermo Lipis

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