El 31 de agosto comenzó el juicio de Belén Chacón contra su hermano, Pablo Ezequiel Chacón, a quien señala como su abusador sexual durante su infancia y adolescencia.
El caso de Belén Chacón no sorprende por los hechos de su historia, sino por la instancia judicial a la que llegó. Son muy pocas víctimas/sobrevivientes que logran siquiera contarlo.
Según Unicef, 1 de cada 5 niñas y 1 cada 13 niños afirman haber padecido abusos sexuales en la infancia (ASI), y en el 74,2% son intrafamiliares.
Los alegatos han sido expuestos el pasado lunes, y se ha agregado una nueva fecha, el próximo jueves 15, cuando se espera que se sepa el veredicto.
Síntesis del caso que hace historia
Belén recuerda sus primeros abusos a partir de los 5 o 6 años, aproximadamente, pero, según cuenta, no pararon allí, sino que aumentaron en intensidad y frecuencia. Del exhibicionismo pasó a tocamientos, y de tocamientos a intentos de violación y penetración carnal. Belén cuenta que, a medida que fue creciendo, fue comprendiendo que aquello no estaba bien ni era normal y fue haciéndoselo saber a su hermano. Fue entonces cuando habrían comenzado las manipulaciones: “nadie te va a creer”, “vas a quedar como una loca”.
Según la denuncia, los abusos continuaron hasta los 19 años de Belén, cuando logró finalmente irse de su casa. Sin embargo, no pudo contarlo y luego denunciarlo judicialmente hasta mucho tiempo después.
Tanto tiempo después fue, que tuvo que atravesar varias barreras jurídicas para lograr que su juicio continúe y no prescriba ni en primera ni en segunda instancia: ella denunció casi 12 años después del último abuso denunciado contra su hermano.
Como era imposible probar el mes específico, fue por la voluntad del juez Cilleruelo que el litigio pudo seguir su curso. También este juez comprendió que todos los episodios relatados constituían parte de un mismo accionar de abuso sistemático, y no eran simples hechos aislados, lo que habría permitido dejar por fuera del juicio la mayor parte de los abusos.
Cabe destacar, también, que en el caso de Belén no puede aplicarse la Ley “Piazza”, ley que posterga los plazos de prescripción de los delitos contra la infancia a partir de la mayoría de edad de la víctima, ya que los hechos denunciados tuvieron lugar con anterioridad a la promulgación de dicha ley, en el año 2015.
Preguntas que no se hacen
Hay preguntas que suelen ser muy gatillantes para las sobrevivientes, porque connotan que habría una responsabilidad por su parte en relación al abuso. La pregunta de por qué no denunció antes, por ejemplo, genera la sensación de que aquello habría sido lo “normal” o “esperable». La realidad es la opuesta: la abrumadora mayoría no lo denuncia jamás y quienes lo hacen, suelen hacerlo mucho tiempo después, cuando pueden comprender que no son culpables ni responsables por los hechos. Cuando son capaces de asumir, en cambio, su lugar de víctimas.
Sin embargo, y porque la pregunta circula socialmente, resulta importante comprender a qué se deben estos silencios y dilaciones en las denuncias. Belén coincidió acerca de la importancia de tener voz propia en relación a estos cuestionamientos, aunque no por eso pudo impedir que le sobreviniera mucha angustia recordando los hechos.
-Bueno, entonces si te parece bien, empezamos: ¿Por qué no lo contaste antes?
-Mirá, en mi caso fueron varias cosas: primero, cuando tenía cinco, seis años, y aunque mi hermano tuviera menos de dos años más que yo, era mi hermano mayor. Entonces yo le creía todo lo que me decía. Y yo era la más chiquita, la que menos autoridad tenía. Pero hay que entender también que, creo yo, en cualquier abuso el poder que ejerce el abusador sobre la víctima es tan fuerte que se genera una suerte de pacto de silencio.
Yo sentía que lo iba a traicionar a mi hermano si lo contaba, ¿entendés? Porque él me había dicho que era un juego y que era un secreto entre él y yo… Hasta tenía un nombre especial ese juego secreto: se llamaba “I love you”… Y acá la culpa cumple un papel indispensable, porque yo era chiquita, no sabía lo que hacía, pero yo sentía que era algo que yo había consentido y que por lo tanto era mi responsabilidad también.
-Qué tremendo que una víctima sienta culpa por su propio abuso…
-La culpa tiene un lugar fundamental y también el miedo. Porque vas creciendo… después vas creciendo, y te pueden apretar de distintas maneras… En mi caso primero fue la culpa, después fue la lástima, porque yo de adolescente pensaba que él tenía como un problema, ¿viste?. Mirá lo que pensaba: yo pensaba que él siendo adolescente, siendo él más grande que yo tenía la necesidad de desahogarse sexualmente -lo digo y me da asco- pero yo pensaba así, que le correspondía porque era hombre y en mi casa se enseñaba eso. Hay cosas que no te puedo decir para no entorpecer la causa, pero yo crecí en un ambiente familiar en donde esa era la norma y eso se enseñaba. Entonces una va normalizando que estas cosas pasan. Vos decís “ok, es normal que la mujer se entregue porque cualquier hombre en la casa puede hacer con vos lo que quiera”. Yo sentía que los hombres tenían necesidades y que nosotras, las mujeres, estábamos ahí para satisfacerlas.
-Mencionaste el miedo, también.
-Claro, miedo que no me crean, a que me juzguen en realidad peor de lo que ya lo hacían en su momento… Digo: después, más tarde, a los quince o dieciséis años, cuando yo me resistía, él me decía cosas como que nadie me iba a creer porque ya todos me tenían como una loca, como una caprichosa. Porque yo tenía ciertas actitudes y también síntomas que en lugar de mandarme a una psicóloga o psiquiatra, o no sé… hacerse una pregunta de por qué me manejaba así, con tanta bronca, con tanta violencia o con tanto descuido por mí misma, o por qué los tics, las pesadillas a diario, hacerme pis encima hasta los 12 años… me veían de esa manera: la loca, la que actuaba de esa manera porque estaba loca porque sí, y todo lo que le pasaba era por su locura, en lugar de pensar que esa locura era causada por algo que había pasado y ellos no sabían…O quizás lo querían negar, no lo sé. Pero al mismo tiempo, en la misma familia, a mi hermano, el abusador, como era callado sí lo fueron a testear, y resulta que era normal. No tenía nada. En cambio a mí no se me daba ningún tipo de derechos, se me negaba todo, porque todo en mi casa era para mis hermanos y para mí nada.
-Me resulta muy interesante todo lo que contás en relación a la cultura familiar…
-Es que sí… hay que entender que hay un contexto en la familia que permite que estas cosas pasen. Otra cosa a tener en cuenta es el tema de las habitaciones: yo siempre menciono -y acá también viene la culpa- que siempre vivimos en departamentos muy chicos, y como eran departamentos muy chicos, yo nunca tuve una habitación para mí sola: nosotros dormíamos en el comedor y mis viejos en la habitación, o al revés: ellos en el comedor y nosotros en la habitación. Vivíamos en departamentos de dos ambientes porque éramos una familia clase media/pobre. Imaginate que yo en Capital me mudé unas veinte veces, fueron varios departamentos. Una vez estuvimos en un departamento donde tenía una habitación para mí sola, pero duró re poco porque me sacaron de esa habitación y me pusieron con mis hermanos porque mi viejo quería hacer una oficina ahí. En todo caso: si yo hubiese vivido toda mi vida en departamentos en ocho ambientes, el abuso habría existido igual, porque el abuso se da porque hay un abusador en la casa. No importa cuántas habitaciones haya.
Fijate vos esto: hay un momento de mi vida en que los abusos cesan, cuando vamos a vivir a González Catán. Nos quedamos en la calle porque mi viejo decidió renunciar… le pareció un excelente momento después de la crisis del 2001, nos quedamos en la calle. Literalmente nos vino a desalojar la policía, y fuimos a parar a lo de mis tíos en González Catán. Y en esa casa había tres habitaciones: una para mis tíos, a mi viejo le habían improvisado una habitación ahí en el fondo, y las otras dos habitaciones eran los nenes con los nenes, las nenas con las nenas. Así era el tema, ¿viste?. Y no permitían ni en pedo que mis primos entraran a la habitación de las nenas y nosotras no podíamos entrar a la habitación de ellos. Ni a palos. O sea, la casa era re precaria: para que te des una idea no había puertas, había cortinas separando nomás. Mirá, me acuerdo que yo una vez corrí la cortina para pedirle algo a mi primo mayor, y me miró serio y me dijo “no podés entrar”. Y yo le respondí con toda naturalidad “ay, te quiero pedir algo nada más” y él “sí, sí. Pero no podés entrar acá”. Lo re respetaban eso. Y yo estaba acostumbradísima a ver a mis hermanos en calzoncillos, yo toda tapada porque era mujer, pero ellos en calzoncillos siempre aunque vinieran mis amigas, lo que sea, ellos así. Y yo me acuerdo que en mi familia se comentaba lo perversos que eran mis tíos por pensar que podía pasar algo, por pensar de esa manera. Sin saber que durante toda mi vida en mi casa sucedían hechos de abuso… Era una locura. Y yo en esa casa me sentía segura, porque sabía que ahí no me tocaban.
-Creo que hay algo muy importante que estás marcando en relación a la claridad de los límites de la intimidad, y el consenso y el respeto por esos límites, más allá de cuales sean esos límites…
-Sí, tal cual. Yo no sé si esos eran o no los límites óptimos. Pero había límites que se respetaban y eso a mí me hacía sentir segura, y no sólo me hacían sentir así, es que lo estaba. Mirá, en relación a los límites, yo me acuerdo que en mi casa hasta ya bastante grandes nos bañaban a mi hermano y a mí juntos. Me acuerdo una vez que nos estaban sacando los piojos a los dos desnudos en la bañera, y yo ya era grande… ¿viste?. Me daba vergüenza… y tampoco lo quería ver a mi hermano desnudo. Pero de alguna manera estaba normalizando que no había ningún problema en vernos desnudos, ¿entendés? Cuando ya no estábamos en edad para eso, y no era algo que se debía hacer. Pero en mi casa era así… y cuando sí tuve habitación propia, ese cortísimo tiempo que la tuve, igual estuvieron los abusos presentes. Porque él me agarraba en el baño, incluso de día, o se metía en mi cama y daba todo lo mismo. Entonces también, volviendo al tema de por qué no lo conté antes… también en porque yo estaba metida en todo ese sistema. Y la pasaba re mal pero no me parecía algo extraño, porque vos sos parte de eso. Y hay algo de la reputación también, o los prejuicios… porque él era considerado el elegido del Señor, porque “hablaba en lenguas” e iba mucho a la Iglesia… Mientras que yo me había ido de la Iglesia a los 14 años, entonces yo era la pecadora, cuando era él el que me estaba abusando. Y él me ha abusado en un colchón estando al lado de mi otro hermano al lado durmiendo, entonces vos también te sentís cómplice, como que aceptaste de alguna manera ese abuso y por lo tanto sos parte de ese pacto, y no podés decir nada. Porque cuando vos lo digas, todo el mundo va a pensar que estás loca. Porque él es el buen pibe…
-¿Y con vos en público era así buen pibe también pero cambiaba cuando estaban solos?
-No. Es que hay que entender, también, que conmigo también actuaba como buen pibe en muchos momentos, también a solas. Por ejemplo, una vez me desperté en medio de la noche con pesadillas -porque yo tenía pesadillas todo el tiempo y sigo teniendo- y él se despertó en medio de la noche y me tranquilizó y me dio un consejo que durante mucho tiempo me siguió sirviendo. Me dijo: “tranquila: vos pensá que cuando vos tenés ganas de que te pase algo lindo, o lo deseas con tantas ganas, igual no sucede. Porque está en tu imaginación. Entonces si las cosas buenas no se cumplen, las cosas malas, tampoco”. Y después me agarraba la mano y me preguntaba si quería que oremos juntos. Y con esa misma mano con la que agarraba la mía para orar después otras noches la usaba para tocarme. Entonces mi cabeza era una cosa que explotaba: ¿cómo vas a denunciar o decir que es una mala persona el tipo que está ahí al lado tuyo y es re bueno?. Y claro, la gente decía que éramos muy unidos… Y era por ese pacto que existía, como si fuera una complicidad. Pero yo no era cómplice: yo era víctima. Pero él siempre me decía que si mis viejos se enteraban nos iban a cagar a pedos a los dos…
-La misma persona que te generaba las pesadillas era la que te tranquilizaba cuando aparecían…
-Sí, tal cual. Es algo muy difícil de gestionar.
-Queda muy claro por qué no denunciaste, pero entonces la pregunta es distinta: ¿qué cambió para que sí puedas denunciar?
-Mirá: Para mis 19 años yo pensaba que los abusos iban a frenar porque él estaba de novio, entonces ya tenía su “desahogo sexual”, que yo pensaba que era la causa. Pero no era así. Y entonces ahí, a mis 19 fue la última vez que él abusó sexualmente de mí, y al poco tiempo me fui de mi casa. Y cuando me fui de mi casa se lo conté a mi novio. Al tiempo. Uf.
-Perdón que te esté haciendo todas estas preguntas…
-No, está bien… Yo ya estoy en el baile y entiendo que es importante que todo el mundo lo entienda. Porque a mí me han hecho todas estas preguntas de todos lados y más también. Me han preguntado si él venía y me pedía perdón si yo iba a frenar con todo esto de “destruir a la familia”. Pero yo tengo una sobrina, ¿entendés?, entonces esto no puede quedar de nuevo en algo privado, que él viene y me dice a mí en privado que estuvo mal. Porque seguimos con el pacto de complicidad. Entonces yo fui y le dije a mi cuñada -de mi otro hermano- lo que pasó, y ella me lo re agradeció. Porque mi sobrina no puede quedar a solas con mi hermano, que es su tío, ¿me entendés?
-¿Te han hecho otras preguntas de este estilo que quieras comentar?
-Sí, mucha gente me ha preguntado qué le pasaba a mi hermano… Y eso es algo que tiene que responder él, no yo. Y yo entiendo que me lo preguntan con esta idea de que quizás a él lo abusaron y por eso él abusa, o algo así, como convirtiéndolo a él en la víctima cuando es el victimario… Y puede ser las dos cosas, por supuesto. Pero yo fui víctima y jamás se me cruzó por la cabeza abusar a nadie. Porque a mí no me gustó que me lo hicieran. Y por otro lado, y por todo lo que te dije de mi familia, sí: es cierto que ahí había una habilitación a eso, pero mi otro hermano vivía en la misma casa, con las mismas reglas, en la misma lógica y jamás me tocó un pelo.
-¿Y qué fue lo que sí te ayudó a llegar a esta instancia?
-Cuando finalmente yo pude encontrar un lugar seguro, pude contarlo. O sea, todo coincidió: yo creo que no fui muy consciente de que me estaba yendo por los abusos. Yo no aguantaba más estar en mi casa y claramente al lado de ese chabón no quería estar. Pero bueno, finalmente me fui, y cuando estuve al lado de mi primer novio, con quien me sentía segura, yo dije “esta persona me va a contener”. Entonces se lo conté. Y en el momento en que se lo conté, él cometió la locura de decirme “denuncialo, denuncialo”, él se re calentó. Y en ese momento yo un poco me arrepentí de habérselo contado, porque yo dije “uh, este va a hacer un bardo terrible” entonces le pedí que por favor no dijera nada. Pero él, que es una excelente persona, me dijo “ok. Si vos no querés que se lo cuente a nadie, no se lo cuento a nadie. Pero vos algo tenés que hacer con esto”. Pero a partir de ese momento yo pude confiar plenamente en él, y él me entendía por qué yo me ponía a llorar de la nada misma, o teníamos relaciones y yo me ponía mal. Entonces es eso: encontrar un lugar seguro, cosa que yo nunca sentí en mi casa y por lo que no le pude contar a nadie de mi familia.
Después se lo conté a una amiga, que siempre la tuvo re clara y me dijo “tranqui, no es tu culpa”, jamás me presionó para que haga nada, jamás me juzgó. Y eso es fundamental, eso es lo que necesitan las infancias, saber que pueden confiar para frenar estas cosas antes y que no les hagan tanto daño. Y hace falta mucha ESI, también. Para que las infancias comprendan lo que es normal y lo que no, lo que es correcto y lo que no que les hagan.
-¿Y vos qué estás buscando con este juicio?
Justicia. Eso es todo. Necesito que la justicia, que la sociedad me abrace y me diga “Belén, yo sí te creo”. Yo estoy haciendo un juicio penal, no civil. O sea que con esto no estoy buscando plata. Aunque todo esto sí haya tenido también un costo económico para mí, por las terapias, los medicamentos y todo lo que significa el gasto en salud, no es eso lo que me interesa. A mí lo que me interesa es la sensación de justicia para poder sanar realmente. Esto es parte de un proceso que yo vengo haciendo hace años y que en realidad tampoco termina con el juicio, pero el juicio es un momento importante.
-Pienso, con todo lo que dijiste, que hay algo de este juicio que tiene que ver con poner un límite que no existió, ¿puede ser?
-Exactamente. Y creo que también tiene un sentido más social, porque tiene que ver con la importancia de explicar por qué esos límites son importantes para el cuidado de todas las infancias. Por eso digo que mi lucha no termina con el juicio. Yo voy a seguir transmitiendo este mensaje como pueda, siempre.
-Antes de terminar, una cosa más… Belén: yo sí te creo.
-Gracias.
Si conocés un caso de ASI, llamá al 0800-222-1717.
“La persona que tome conocimiento de malos tratos, o de situaciones que atenten contra la integridad psíquica, física, sexual o moral de un niño, niña o adolescente, o cualquier otra violación a sus derechos, debe comunicar a la autoridad local de aplicación de la presente ley.” – LEY DE PROTECCION INTEGRAL DE LOS DERECHOS DE LAS NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES.Ley 26.061