Un mundo colérico: cómo llegó el cólera al territorio que hoy es Florencio Varela

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Por Graciela Linari*

Veinte siglos y veinte años más transcurrieron desde el Bing Bang hasta estos días en que, sorprendida, atemorizada y desconcertada, la  Humanidad enfrenta quién sabe por cuánta vez- una epidemia. Hoy es el “coronavirus” –COVID 19- una especie de gripe desconocida y virulenta.

Una peste que, nacida en China se propaga a Europa, prontamente llega a América y amenaza con quedarse.

Desde el comienzo de los tiempos  poblaciones de todo el mundo se han visto afectadas, esporádicamente, por brotes de enfermedades devastadoras que en diversos momentos arrasaron con vidas y bienes de los humanos.

Una de esas enfermedades –el cólera “morbus”- era ya  conocida, aunque sin nombre,  por Hipócrates, el Padre de la Medicina A. C.  y por Galeno, un  médico y cirujano griego D.C.

En tierras del Plata el cólera se manifiesta por primera vez en 1867, en Montevideo, una ciudad en la que viven unos 15.000 habitantes de los cuales fallecen 888 y, en Buenos Aires, se conocen tres casos en San Telmo y Monserrat.

A Quilmes el flagelo llega en abril de 1867, a través de un pintor que se halla decorando la iglesia parroquial –según relata el historiador José Craviotto- y  va a la ciudad de Buenos Aires, de donde regresa enfermo para fallecer al poco tiempo, él y cinco vecinos más. Ante el diagnóstico de “cólera morbus” anunciado por el Dr. Cueli, la Municipalidad local imprime volantes con instrucciones preventivas y dispone abrir varias sepulturas para, eventualmente, poder enterrar sin demora a los fallecidos.

Desde fines de abril hasta el 10 de diciembre no se conocen otros enfermos pero el día 13, nuevamente el alerta: un muerto en el cuartel 4º (tierras hoy de Florencio Varela) y  algunos más por día a partir de entonces. Cabe señalar que tanto Conchitas, como Casa de Teja y Monte Chingolo son de momento pequeñas agrupaciones de viviendas, con pocos habitantes, por lo que no siempre son tenidas en cuenta en las estadísticas.

Ya en 1868 la epidemia se hace notar, prolongándose hasta el 10 de febrero. Establecimientos agrícolas y ganaderos radicados en los cuarteles 3º y 4º de Quilmes–Clark, Latham, Davidson, Barragán, Brown, Young y otros- suspenden actividades. Se registran 69 víctimas entre los 1.400  residentes en el pueblo y 62, entre los 3.850 de la campaña, desproporción que evidencia el terrible efecto del contagio por vecindad. En enero se contabilizan más de doce muertos por día.

En Quilmes se forma una Comisión Humanitaria para atender al servicio sanitario, pero poco es lo que se puede hacer en la lucha contra la peste. Se  carece de medicación específica y sólo se apela a recursos caseros y primitivos como encender, en las esquinas, grandes fogatas procurando que el humo no sea nocivo; intensificar la higiene de las letrinas y blanquear con cal el interior de las viviendas. Se emplean también, terapéuticamente, el agrio de naranja, el láudano, el licor de las Hermanas, la esencia de yerbabuena, gotas de Rubin, aceite de manzanilla para hacer fricciones  en las zonas afectadas por calambres e infusión de manzanilla.

Se desconocen la desinfección, el aislamiento y las medidas de previsión y se adjudica el contagio a la suciedad del medio ambiente ocasionada por zonas pantanosas, pútridas, afectadas por cataclismos y con presencia de peces muertos a la orilla del río factores, todos, contaminantes de la atmósfera.

Se advierte a la población sobre la necesidad de quemar de inmediato la ropa que hubiese estado en contacto con los enfermos y se dispone también el enterramiento del colchón y la ropa de cama del cadáver a inhumar.

La ciudad no dispone de red cloacal ni de agua corriente.  El agua es repartida a domicilio en antihigiénicos carros aguateros, que se proveen del líquido elemento en ese mismo río, en el que desaguan sus efluentes saladeros y curtiembres. La salubridad urbana es una asignatura pendiente.

El cólera la saca a la luz y es tema preocupante de las autoridades electas que asumen sus cargos en octubre: Domingo Faustino Sarmiento, presidente y Adolfo Alsina, vice.

*Periodista e historiadora

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