El clamor del barrio IAPI

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Es lo que todos llaman “zona pesada”. El que entra al barrio Iapi, en Bernal Oeste, siente sobre la nuca la mirada fría, inquisidora y hasta aterradora de quiénes se creen los dueños. Sembradores de miedo para usufructuar un territorio y regarlo de droga. La más barata y mortal: el paco.

La narcocriminalidad se metió y deja su secuela. Los que conocen la zona remarcan que existen dos bandas que conviven, no en paz. Los “Paraguayos” y los “Peruanos”. Ellos a su vez contratan a un ejército de adolescentes que forman parte de la red en el barrio y fuera de ella. Los vecinos que apenas y por lo bajo se animan a hablar sostienen que la “policía sabe lo que pasa”. Los registros parecen indicar una presunta zona liberada. Hay poca cantidad de ingresos por venta de drogas.

EL CURA QUE LEVANTÓ LA VOZ
Pero el barrio quiere vivir en paz. La mayoría es gente trabajadora, que tienen que mentir su dirección por vergüenza. Y de a poco, van levantando el clamor para que se escuche. “Basta de Drogas”.

«No a la droga, si a la vida» fue el lema de una marcha que encabezó el sacerdote de la zona. Un cura con opción por los pobres que se ve conmovido por la cantidad de muerte que rodea a la barriada. Pero, no estuvo solo.

Confluyeron en la movilización las iglesias evangelistas en lo que se transformó en un verdadero acto ecuménico.
Durante la caminata, lanzaron un mensaje claro para las bandas narcos que coparon el vecindario. «La marcha sirvió para unir al barrio y perder un poco el miedo. Estábamos inmovilizados ante la droga, el temor nos paralizaba y ellos, de esa manera, se sienten más poderosos», describió el párroco en diálogo con la Radio de la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

El padre Jorge Cloro, popularmente conocido como “Chicho”, advirtió que «si no hacemos nada, los narcos vienen por todo». «Se llevan a nuestros pibes cada vez más chicos. Antes empezaban a los 15 años, pero ahora arrancan desde los 11. Y no sólo a consumir, también a vender. Les regalan el paco durante un mes y, después, los transforman en sus esclavos», aseguró.

EL TERRITORIO
Nadie se acuerda cómo ni por qué. Lo cierto es que de a poco La Iapi se convirtió en territorio de disputa por las bandas de vendedores de paco, que alimentan y discuten sus negocios a través de pibes a quienes abastecen de droga para a cambio de que hagan el delivery a otros clientes y eventualmente luchen por cuidar su espacio.

Según las versiones locales, los “soldaditos” reclutados por los “transas” –traficantes minoristas– llegan a tener 11 años y, muchas veces cobran en especie unos 5 gramos de cocaína por repartir bolsitas de 20 gramos. Los chicos son conocidos en los barrios, incluso en muchos casos sus familias saben lo que hacen. Como en una trinchera bélica, los “soldaditos” también organizan sus parcelas, ocupan terrenos, tiran abajo construcciones molestas y trazan pasillos y escondites.

Otro de los fenómenos es el de las «familias paqueras». «Cuando la necesidad es tan grande, vender droga se vuelve la opción de muchas familias para poder comer. Esto es muy grave, porque hay familias enteras que se dedican a vender paco y los niveles de violencia se multiplican», lamentó el sacerdote, quien, a su vez, consideró que «esto no empezó en diciembre, pero sí se agravó muchísimo», dijo el cura.

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